sábado, 20 de febrero de 2010

Ruptura histórica y chavismo

El 6 de diciembre de 1998 se produjo en Venezuela una ruptura histórica. Cruje el sistema, puesto que, mediante una formalidad burguesa, como la vía electoral tradicional, accede al poder un proyecto político distinto al péndulo, representado en las dos gruesas corrientes ideológicas que, con sus diversos matices, en sus no tan diversos períodos históricos, se habían entronizado en nuestro país desde 1830.

Hace once años, y tres días, para ser más exacto, que las llamadas reglas de juego comenzaron a cambiar, y los postulados que atrajeron al electorado de aquel entonces se fueron constituyendo, de manera gradual, en ordenamiento jurídico; es decir, en Constitución y en leyes, siempre por intermediación del más preciado mecanismo que el establishment global pontifica y vende como legalidad y democracia: el voto.

Los períodos históricos que tuvimos los venezolanos en 168 años, agrupados primero en las viejas ideas conservadora y liberal, luego, de finalizado el largo reflujo que les propinó el gomecismo, transformadas en demócrata-cristiana y socialdemócrata respectivamente, nunca se propusieron el desmontaje de las superestructuras económica y social que aún perviven, como la desarticulación progresiva de las mismas que en éste estamos presenciando, en función de un nuevo modo de producción y unas nuevas relaciones sociales, de equidad, justicia e inclusión.

Al caracterizarse el chavismo como período histórico, se denota en su contenido una profunda diferencia en relación con los otros que han existido, y sustenta la afirmación que hice acerca de la ruptura histórica que les indico al comienzo del artículo: su decidida opción por construir el socialismo. Las históricas banderas de redención social del pueblo venezolano, traicionadas en forma sucesiva y casi de manera inmediata a la instalación de cada uno de estos períodos, cobran vital vigor y, en la medida que el mismo pueblo que las enarbola se vaya consolidando en poder popular, nuevas aspiraciones apuntalarán aún más su afianzamiento y trascendencia en el tiempo.

Los diez años de la guerra por la Independencia, donde se inmoló la mitad de nuestra población y donde nuestro ejército nacional marcó un hito en la historia de la humanidad al salir de nuestro territorio a libertar y no a conquistar, no fueron suficientes ante la traición; y el paecismo, con su imponente Jefe a la cabeza, transforma en República y, por consiguiente, en estamento legal, la voracidad rapaz de la oligarquía conservadora, dejando intactas las superestructuras económica y social de la Colonia, donde aquella nació y se nutrió. Fueron los desarrapados, los menesterosos, los miserables de siempre, quienes alzados de nuevo marcharon, otra vez, a una nueva y larga guerra de cinco años, no ahora contra un invasor de ultramar sino contra el despojo y el castizaje derivado en este período, que los negaba en lo más elemental de la condición humana. Al artero asesinato de su carismático líder, Ezequiel Zamora, y con una altísima contribución en seres humanos fallecidos, Antonio Guzmán Blanco capitaliza –en el concepto más taxativo del verbo– aquel gigantesco esfuerzo de nuestro pueblo y bajo su membresía de “ciudadano esclarecido” instala su “distinguido” período, conocido como el guzmancismo, sobre la base de otra nueva traición. Alzamientos y montoneras, comandadas por terratenientes y doctores de la ciudad; derrocamientos, y traiciones a un liderazgo campesino de excepción, fueron florecientes y agónicas expresiones de los pobres de Venezuela en su empecinada búsqueda social jamás renunciada, en ese tránsito finisecular. Llega el siglo XX y con éste, la modernización, la aviación militar, la explotación petrolera en gran escala; si el gomecismo convino en permitir abierta y formalmente la injerencia de los yanquis en nuestras vidas, también en su seno se gestó un proyecto político, el Plan de Barranquilla, el cual constituiría la génesis programática del último y –en términos reales de tiempo– del más largo período histórico que hemos tenido, y el cual un alto porcentaje de venezolanos recuerda hoy día por su reciente existencia: el puntofijismo.

Paecismo, guzmancismo, gomecismo y puntofijismo, resumen en 168 años, como nos dijera una vez Raúl H. de Pasquali, “una oprobiosa historia de traiciones y de traidores”. Pese a ello, nuestro pueblo siguió luchando denodadamente por la libertad de los esclavos, la tierra, los derechos ciudadanos, sociales y laborales; la educación pública; contra la opresión política, los monopolios petroleros, el imperialismo; logrando en ese permanente combatir importantes conquistas.

Como período histórico, la duración del chavismo se determinará en los estándares de su eficiencia política y en los niveles de su calidad revolucionaria; en la capacidad de transformar las relaciones sociales de producción y en la formación de la conciencia social. Se equivocan quienes lo interpretan como coyuntura o accidente. La despiadada exclusión social y su deuda acumulada, como consecuencia de la explotación petrolera en gran escala, su derivada cultura rentista y su desigual estructura en la distribución del ingreso, en los últimos 70 años que antecedieron a 1998, le dan un carácter especial y un renovado espíritu de lucha, ante una senda de sacrificios por reivindicar, y de sueños postergados de los más desvalidos, que deben –y deberían ya– dar sus frutos.

Sin ánimo alguno de desmotivar a quienes quieren encarnar, bajo la estrategia del refrescamiento, las vetustas nomenclaturas del pasado, les dejo un rasante paneo por la experiencia histórica: para que el viejo Partido Liberal y el Partido Liberal Amarillo se hubieran convertido en Acción Democrática, y para que el Partido Conservador se hubiera convertido en Copei, hubo de transcurrir un larguísimo reflujo de casi 50 años, mientras se consumía dos revoluciones sociales y una dictadura.

Mis amigos cristianos aseguran que “el tiempo de Dios es perfecto”. Y quienes, como yo, fundan su convicción en la dialéctica materialista, argumentan que la historia la construyen los seres humanos, frente a su circunstancia y su conjunto.

Allá, en esa acera, cada quien, que use o invierta su tiempo como mejor le parezca.

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