sábado, 20 de febrero de 2010

Letras, lecturas y métodos

No hay un hábito en el ser humano más emancipador que la lectura. Los valores agregados que deja su ejercicio son de tal magnitud, que la persona se transforma, en su interior, de manera constante. Es un crecer espiritual indetenible. Amplía la visión del mundo, enriquece el léxico, dota culturalmente al vocabulario, estimula la capacidad de pensar y provee de herramientas para el análisis. “Si no puedes viajar, lee”, me aconsejó un muy querido maestro de la vida, Armando Flórez Reina, quien me enseñó el oficio de las artes gráficas, hoy un recuerdo recóndito, como yo mismo hice escribir en su lápida, para evocarlo en los años futuros, éstos precisamente en los que desarrollo estas líneas reflexivas, que a él le dedico mientras trato de mirarlo en la distancia.

Descubrí mi hábito por la lectura siendo niño, curioseando en los libros apiñados que tenía en su cuarto mi tío Juan Ramón por montones; a mí me parecían gigantescos y enigmáticos. Cada visita a casa de mi abuela, a aquel inolvidable caserón en Reja de Guanare, era de mucha alegría, pues implicaba entrar en ese microcosmos maravilloso que allí había, sin que sus propios residentes lo advirtieran. Recuerdo de ese mágico oasis, «Las Obras Completas» de Francisco Pimentel “Job Pim”, editada en lomo duro, cubierta roja y papel biblia, que me leí de un tirón, y sus inmortales versos sobre el dulce hierro, poema que en mí constituyó mi primer encuentro con la ética política. Treinta y cinco años después mi tío Mon aún conserva ese libro. En la escuela aprendí mis primeras letras; pero en casa de mi abuela Juana aprendí a leer y aprendí, requisito básico indispensable para cualquier lector, a amar los libros.

Luego vino un devorar espantoso de libros; cuatro libros leyéndolos al mismo tiempo, sin orden ni temática alguna. “¿Qué edad tienes, Juan Ramón?”, me preguntó Armando, una tarde trabajando en su imprenta. “19 años”, le dije. “Aprovecha y comete todas las barrabasadas que puedas, que todas te serán perdonadas por muchacho. Eso sí, mucho antes de los treinta años debes tener presente estas tres cosas: uno, tener la suficiente entereza para reconocer los errores y no repetirlos; dos, tener un sentido exacto y estricto del ridículo; y tres, tener cultura política, para no embarcarte en canalladas ni avalarlas. Debes educarte y disciplinarte en el método”, sabio consejo me dio aquel viejo lobo de mar, que ahora repito a quien quiera oírlo. Desde entonces soy un hombre de izquierda.

Para la comprensión del ser humano y su accionar dentro de su circunstancia y su conjunto, existen palabras que, por su naturaleza, significado, estratificaciones derivadas y alcance, se constituyen en categorías; y hay frases, uniones de éstas u otras palabras comunes y corrientes, que comportan ideas. Es decir, la lectura requiere ser provista de dos brazos intelectivos: el estudio de las categorías y la historia de las ideas. El Che Guevara alertaba acerca del uso y aplicación de las palabras, sobre la forma correcta en que debía hacerse, puesto que éstas se convertían, per se, en categorías. De las ideas se desprenden las distintas corrientes de pensamiento.

Valiéndome de estos dos brazos intelectivos, suelo usar dos métodos en mi lectura diaria: el método eferente y el método estético. Ya no leo los cuatro libros sin orden temático al mismo tiempo, como lo hacía antes de mis veinte años.

El método eferente, es la extracción total del contenido, consiste en la lectura detenida, reflexionada, máximo de 25 páginas, en un tiempo promedio de dos horas; se recomienda hacer las anotaciones en un cuaderno aparte; no es aconsejable subrayar los libros, pues predispone y supedita al nuevo lector con la lectura de quien lo hizo; el subrayado en un libro no permite la formación de nuevas percepciones, incluso en su propio dueño, y en cierto modo privatiza su acceso a nuevos lectores. Carlos Marx practicaba este método en la escritura, prueba de ello es su obra «El Capital», que produjo varios cuadernos de anotaciones, «Los Grundrisse», tan buenos como sus tres tomos clásicos. Con este método se puede leer historia, sociología, economía, política, psicología, filosofía, entre otras ramas del saber. Es muy placentero aplicarlo en las primeras horas de la mañana.

El método estético, no tiene rigor científico alguno. Sirve para despresurizar la sobrecarga que implica el esfuerzo intelectual del método eferente. Es la apreciación hermosa de la palabra, de los giros idiomáticos, de las construcciones literarias. Se lee con libertad, sin tope de páginas ni tiempo preestablecido, sin anotaciones. Es ideal para leer poesía, novela, cuento, ensayo; se recomienda aplicarlo antes de dormir.

En 1985, el Partido Comunista hizo circular un folleto rojo con un discurso de Fidel Castro sobre el carácter impagable de la deuda externa por parte de los países latinoamericanos. Pude leer aquella extraordinaria, profunda y premonitoria pieza política por mi orbitaje periférico con los camaradas. De mi memoria traigo este recuerdo, porque los jóvenes de mi generación, a quienes nos tocó vivir y atravesar el vergonzoso oscurantismo lusinchista, teníamos que hacer magia para acceder a una buena literatura, máxime aún si no se contaba con recursos económicos, como era mi caso. La lectura era, en términos reales, prohibitivamente prohibida.

Durante la administración del presidente Hugo Chávez Frías se han editado millones de ejemplares, correspondientes a miles de títulos, y de los más variados temas, sin importar la filiación política del autor; se ha creado el Plan Revolucionario de Lectura, consistente en la creación en red de escuadras comunales de lectores; se han obsequiado libros al público en plazas y parques; se ha fortalecido el sistema nacional de bibliotecas públicas; se han incrementado Las Librerías del Sur, en las principales ciudades de Venezuela, con títulos a precios asequibles a cualquier estudiante o trabajador, de uno, dos, tres, cinco y diez bolívares; se han multiplicado, en progresión exponencial, revistas y periódicos, de diversas corrientes políticas, culturales y educativas; se abolió el analfabetismo y está estudiando la mitad de la población.

¡Cómo lamento que el viejo Armando Flórez Reina no esté vivo, para que viera construyéndose lo que tanto soñamos y hablamos! Su hermoso consejo “si no puedes viajar, lee”, no dejo de repetírselo a quien se me acerque, como tratando de revivir su enseñanza en cada pedacito del tiempo, del sentir, de la vida que me quede.

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