domingo, 21 de febrero de 2010

Disociación psicótica y conciencia social

Es increíble el tremendo bombardeo mediático al que es sometido el pueblo venezolano todos los días, por parte de un accionar político, inescrupuloso y sin patria. Nunca en Venezuela, en ningún período histórico, una oposición contó con tan poderosísima capacidad de instrumentos como ésta, concretada en enormes centimetrajes de prensa e interminables minutos de radio y televisión; en manejos sesgados de la información y en técnicas psicológicas de masas; además del personal y de la vasta red tecnológica que, en todo el territorio nacional, los propietarios de medios de comunicación, ponen a su servicio. Por supuesto, al entrar en contradicción con nuestro proyecto nacional de país y ante su carencia de auténticos cuadros políticos como portavoces del “mensaje”, todo ese formidable arsenal se diluye; sin embargo, como producto de su uso abusivo, un segmento –valioso y trabajador− de nuestra sociedad quedó aprisionado en la disociación psicótica, especie de patología mental colectiva que antepone “una realidad ficticia” a su propio discernimiento y análisis crítico en cuanto a lo que realmente acontece en una determinada situación; la cual, como patología al fin, tardará mucho tiempo en sanar, y por cuyo daño ningún adalid de éstos, ni político ni mediático, se hace responsable.

Así como Venezuela, igual como en las primeras décadas del siglo XIX, vuelve a jugar un importante papel como vanguardia en las corrientes de cambio, de dignificación política y de liberación nacional que se materializan en el Continente; en el contexto internacional, debido a su indiscutible liderazgo desarrollado, es supremamente perentorio acotar, como consecuencia de ello, que la tiranía mediática global, fabricante de mentiras y recetarios, por medio de sus transnacionales, despliega una brutal desinformación a los demás pueblos del mundo acerca de la forma de gobierno que, en sucesivas ocasiones, y por intermediación de elecciones democráticas, hemos decidido darnos.

El esquema operado es bien sencillo: manipulación perversa de información y disociación psicótica hacia adentro; desinformación brutal hacia afuera.

Como contrapartida, también es bueno resaltar que esos mismos pueblos del mundo responden, a escala planetaria, en el terreno de la lucha de clases, que, disyuntivamente, se plantea entre vida o muerte; entre la sustitución de un modelo consumista que todo destruye o la desaparición indefectible de la especie humana; entre la libertad por un futuro mejor de las grandes mayorías o el sometimiento por parte de una pequeña élite enriquecida que ofrece al resto −y para su beneficio− mayor sometimiento.

¿Cómo puede un pueblo como el venezolano soportar tanto? Gracias a la formación de la conciencia social.

Los pueblos no se suicidan. Al reconocerse como parte integrante de un todo único, cualitativo y diverso, como la lengua y sus sentires, sus conjunciones corporales y plásticas, la hechura de sus manos; el sonido armonioso de tierra y territorio, su conexión telúrica, viéndola reflejada en la inmensidad multicolor de las aguas que habitan su musical unión indisoluble; el sincretismo de saberes y formas que se confrontan y amalgaman constantemente hasta ser un solo barro expresivo; el saberse hermanado por la convivencia; la construcción individual multiplicada a través de milenios, y convertida en obra colectiva en la hora presente; son factores de identidad que impiden la destrucción de un pueblo. La conciencia social transversaliza todos estos elementos tangibles e intangibles, y actúa como un fortísimo sentido de pertenencia, como un cemento vital que todo une.

El pueblo venezolano ha dado reiteradas muestras de su conciencia social. No será precisamente el agorero pronóstico de derrota, elaborado por la exquisitez de algún “científico social”, a lo largo de diez años y a cinco mil kilómetros de distancia, el que la derribe; ni refinadas campañas mediáticas bien articuladas –y pagadas− las que tuerzan su rumbo. Tampoco el mimetismo traidor que al seno interno trata de frenar, interponer, obstaculizar, la resuelta marcha de un período histórico que avanza encontrando en los poderes creadores del pueblo el antídoto genial para conjurar golpes y paros; para desmontar emboscadas de falsas compañías y cartas bajo la manga de un adversario sin ética; para extraer de las lecciones nuevas fortalezas, y de las lesiones el duro aprendizaje de quien sabe conjugar perdón con memoria. Es la férrea creencia en el pueblo, en su verdad, en su accionar y en su destino, la fuente formadora de la conciencia social.

En un artículo anterior yo apuntaba que la duración del chavismo como período histórico se determinará en los estándares de su eficiencia política y en los niveles de su calidad revolucionaria; en la capacidad de transformar las relaciones sociales de producción y en la formación de la conciencia social. Estos cuatro puntos son necesarios de abrirlos al debate.

Quienes acusan de ideológico el contenido programático de la administración del presidente Hugo Chávez Frías son, paradójicamente, quienes se valen de las fachadas ideológicas, de las elaboraciones ajenas a nuestro arraigo y de la mentira como denominador común, para vender su oferta política, mediante el bombardeo mediático inmisericorde, y la disociación psicótica, como resultante.

Ante ello, es al conocimiento, a la práctica transformadora, a la conciencia social, que debemos acudir para contrarrestar el ataque masivo al que es sometido nuestro pueblo, y al toparse con las murallas de su noción de patria, sus valores, su idiosincrasia y su soberanía, se estrellen los oscuros intereses que pretenden desintegrarlo.

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