domingo, 21 de febrero de 2010

El desaliento como táctica y otras menudencias

«Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza»
Simón Bolívar
15 de febrero de 1819


«Tonto es aquel que piensa que la demás gente es tonta», es un juicio certero y sentencioso que a diario esgrime nuestro pueblo a modo de blindarse, aprendido sobre su propia experiencia, y demuestra para qué sirve el ingenioso antídoto de sus poderes creadores(*); mezcla de sintagma y apotegma, de descripción narrativa circular, fácil entendimiento y rápida síntesis, que desmonta las perversas manipulaciones de información y las elaboraciones ajenas a nuestro arraigo, que con tales y cuales la oposición venezolana y sus socios mediáticos pretenden, a través de nuestra quiebra moral, volver a dirigirnos.

Nuestro pueblo defiende su esperanza y su porvenir, y sabe que en su historia y en su cultura están las claves políticas que jamás permitirán su derrota, y menos que sobre sus hombros se abalance un nuevo coloniaje.

Una de esas elaboraciones que menos se parece a nosotros y que más han utilizado para desconfigurarnos, es la del desaliento. Transmitir, transmitir desaliento a toda costa. El uso de esta elaboración ha sido tan, pero tan abusivo, que por parte de ellos mereceríamos como mínimo de una disculpa. La realidad los hace fracasar una y otra vez, y son tan contumaces que persisten; el alto nivel de disociación psicótica que poseen los ha llevado a “fabricarse” otro país, con otra gente, sus propias estadísticas, su idiosincrasia, su territorio y sus bienes; afortunadamente a estas dos últimas ficciones no pueden vender, como hubieran querido vender también, sino fuese porque en el capital la mercancía a comprarse debe ser tangible; es decir, expresarse en un valor material e intercambiable.

Se necesita no conocer un ápice la historia de Venezuela y al venezolano como tal, como para proponer al desaliento como táctica, dentro de una estrategia que implique su dominación política y el usufructo de sus riquezas, en provecho del sistema capitalista mundial. Se necesita además no tener patria para servirle de cipayo a esos intereses, que en nada tienen que ver con nosotros.

No se tiene registro que en el tiempo inmemorial precolombino sobre estas tierras haya habido reinado indio alguno, sólo rebeldía y liderazgo de pueblos libres; luego resistencia y mestizaje, pero nunca entrega. En el período de la colonia fuimos lejana capitanía general, propicia para el trabajo esclavo brutal y embrutecedor, así como para el inicio de nuestras indómitas cimarronadas levantiscas; uno como causa y las otras como efecto, ambas, simbiosis entrópica, constituyen un legado que no admite resignación ni olvido. En el período de independencia y ahora en la república siempre hemos sido río desbordado y no redil; siempre hemos sido generosidad oportuna a algún hermano, sin facturas qué cobrar al menor chance; siempre hemos sido libertad, y libertad es un elevado estadio político de convivencia, sin estrategias de dominación, tácticas de desaliento, ni servilismos apátridas.

Basta sólo con ojear un periódico, oír la radio, ver la televisión o abrir el internet, para que nos salte encima esa poderosísima avalancha cuyo objetivo final es destruir al país, mediante nuestra desmoralización y reducción a nada. Para este juego se prestan toda una caterva de peones con la falsa ilusión de que si llegasen a lograr su propósito, ellos dirigirían lo que llaman la reconstrucción, en el papel de reina, olvidando que son ínfimas piezas de un ajedrez mayor que ni siquiera está dentro del país, olvidando que sirven a un poder con sede en los centros capitalistas del mundo que los desprecia profundamente, no menos con razón.

En diciembre de 2008, me topé en la ciudad de México con algunos venezolanos que a niveles medios participaron en el paro petrolero de diciembre de 2002 y febrero de 2003. Trabajan para contratistas prestatarias de servicios a las grandes firmas petroleras, son subcontratados y no son bien vistos por el imperio de las Siete Hermanas. El axioma es bien claro, “si usted atentó contra su propia empresa, quién garantiza que no intente hacer lo mismo con una que no es suya”. “Si usted atentó contra su propio país”, agregaría yo. Son tan imbéciles que se consideran con suerte, yacen en un desaliento nostálgico y, al menos en esa fecha, no habían hecho aún la revisión retrospectiva espiritual que todos nos hacemos alguna vez en la vida ante nuestras acciones. Para ese entonces ni siquiera se habían dado por enterado de la vil utilización de la que fueron objeto: son los propios estúpidos.

No hay un solo punto en que la oposición venezolana y sus socios mediáticos se encuentren, no con el chavismo, con el país. Aducen cualquier barbaridad para descalificar todo lo que se hace, desconocen que hay un país real que vibra, que vive, que sueña, y al cual ellos una vez pertenecieron. Se hacen llamar “sociedad civil” y “sectores democráticos” para no mezclarse con el pueblo y, lo más doloroso, para que no los confundan con el pueblo. La estrategia de dominación, de la que ellos son las primeras víctimas, les ha creado un terrible síndrome de mayoría, que les permite ignorar, o desaparecer como por arte de magia, a 70 años de exclusión social, y plantear como propuesta política al mismo modelo económico que la creó.

Cuando nuestro pueblo dice “tonto es aquel que piensa que la demás gente es tonta”, está apelando al reverso dialéctico de aquel dramático llamado del Libertador Simón Bolívar, en el Discurso de Angostura, “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza”.

No nos contagiarán su desaliento. A todo le tendremos su oportuna respuesta.



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(*) El poeta venezolano Aquiles Nazoa fue quien acuñó el feliz concepto. En uno de los versos de su poema «El Credo» dice, “creo en los poderes creadores del pueblo”, para referirse a la sabiduría de nuestra gente, a su más férrea voluntad para salir de las encrucijadas, de las dificultades. La Constitución Nacional de 1999 lo recoge en la primera oración de su preámbulo de la siguiente manera: “El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana”…

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