sábado, 20 de febrero de 2010

¿Clase qué?

En la sociología y, más allá, en la psicología, habrá de buscarse la explicación, que resulta una sinrazón en el pensar político, del por qué el estrato social, que, además de ser el primer perceptor en la distribución del ingreso, ha obtenido mucho más beneficio con las políticas gubernamentales del presidente Hugo Chávez Frías, sea precisamente el que en forma más furibunda se le opone, e incluso no oculta su entusiasmo en avalar cualquier aventura que implique su derribo o desaparición física; en comparación con el amor manifiesto, o frenesí, como él mismo lo definió, del estrato social que, a través de la historia, ha sido el más preterido, el que a duras penas cubre sus necesidades elementales, y que ha recibido –y recibe aún– migajas por derechos, sea el que constituye la base fundamental de su sostenimiento.

Dichos estratos sociales, en contradicción constante entre sí, conforman la clase trabajadora: la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, aunque en sus objetivos ideológicos lo busque, no implica su división como clase.

Muchos pensadores sociales, de la modernidad para acá, dieron al primer estrato social que me refiero la categorización de clase media, especie de reflejo condicionado por el cual se legitima y justifica la ley de concentración del capital, cuando en realidad sus integrantes no son más que trabajadores que poseen el conocimiento y la técnica y, en escasísimo número, son propietarios de herramientas, operadas por ellos mismos. La llamada clase media, como tal, no existe. El segundo estrato social en referencia lo representa el trabajador que por única posesión cuenta con su propia fuerza de trabajo.

Hecha esta disquisición, paso a preguntarme por qué este estrato social, con sus honrosas excepciones, expresadas en contadas individualidades, odia a un gobierno que lo protege.

¿Quién se benefició con la eliminación de las cuotas balón en los créditos a vehículos? ¿Quién se benefició con la eliminación de los créditos indexados, en el sector vivienda? ¿Alguien puede decirme cómo se denomina el primer sector beneficiado con el desmontaje de las políticas neoliberales, implementadas en las administraciones CAP II y Caldera II? Y la contracara, ¿no son acaso los trabajadores que poseen el conocimiento y la técnica, quienes acceden primeramente al financiamiento de la micro, pequeña y mediana industrias? Cuando se promueve la consolidación del productor en el campo, ¿quién cuenta con la especialización profesional para optar a esta política? Cuando por ley se obligó a la banca al aumento de sus carteras crediticias y de su otorgamiento programado, ¿a quién iba dirigida esa medida? Cuando se establecen normativas en defensa del ingreso familiar, como matrícula escolar, control de precios, subsidios, eliminación del IPC a la adquisición de viviendas, ¿quién las percibe primero?

Sólo un sociólogo, un psicólogo, o algún holgazán crítico que ande por allí con lectura profunda y aguda observación, podrán desentrañar esta irónica paradoja, que padece este importante estrato de nuestra sociedad, cuya alienación no le permite ver que apoya a quien quiere esquilmarlo y rechaza a quien garantiza su estabilidad.

Ahora que toco el tema de la alienación; ésta, aparejada con los privilegios en unos y la expoliación en otros, que establece la división del trabajo en intelectual y manual, realiza una función ideológica de doble rasero. Al tiempo que su leit motiv, “su ejemplo a seguir”, es el estilo de vida del gran capitalista, cualquier asomo de desarrollo en el trabajador que nada más tiene su fuerza de trabajo, no lo ve como algo positivo, no lo ve como un síntoma bueno en la economía que redunda en beneficio de aquel, sino que equivale al hundimiento de su propio estilo de vida. Aquí es donde la ideología aliena: le fija un modelo de vida, y le da la facultad de determinar quien lo integra y quien no. O como lo dijera Ludovico Silva, “a pesar de que la ideología dominante haya sido la misma de las clases dominantes, las clases dominadas han participado de esa ideología; ha sido ella también «su» ideología; pero como ésta operaba en un nivel aún no conciente, no era percibido como una contradicción el hecho de ser un explotado y tener, al mismo tiempo, la ideología del explotador”1.

En ese drama dual de no ser una ni otra cosa, de estar en el medio de algo sin saber lo que se es, de querer ser patrono mientras vende su fuerza de trabajo, es decir, sus conocimientos y técnicas, llevó a Salvador Garmendia, hace cuarenta años, en una carta a Eduardo Galeano, a hacerle a dicho estrato social una lapidaria caracterización que no pierde vigencia: “…En las ciudades prospera una atolondrada clase media con altos sueldos, que se atiborra de objetos inservibles, vive aturdida por la publicidad y profesa la imbecilidad y el mal gusto en forma estridente…”2.

En conclusión, el trabajador manual de Venezuela le garantiza la estabilidad social y económica al trabajador intelectual, que por estratificarse en una capa social relativamente pequeña, afortunadamente, su ceguera suicida no es determinante en el rumbo político que la sociedad en general, en este bloque histórico, se ha trazado.


Fuentes consultadas:
1) «Teoría y práctica de la ideología», Ludovico Silva, El sueño insomne, “2. Interiorización del subdesarrollo”, Colección Ministerio del Poder Popular para las Industrias Básicas y Minería, Décima Novena Edición, mayo, 2008. Pág. 192.

2) «Las venas abiertas de América Latina», Eduardo Galeano, Las fuentes subterráneas, “El lago de Maracaibo en el buche de los grandes buitres de metal”. Siglo XXI Editores. Undécima Edición, mayo, 1975. Pág. 265.

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