martes, 2 de marzo de 2010

José Cortés de Madariaga, el Canónigo de Chile

En mi artículo de opinión de la semana pasada, «Casa León y su tiempo», producto de un lapsus mentis, le puse “una sotana” y “un dedo inducidor” al escritor español Salvador de Madariaga, el mismo que en 1951 editó una biografía sobre nuestro Libertador Simón Bolívar desde la óptica positivista, cuando me interrogo, “¿Qué papel jugó Salvador de Madariaga, más allá de su sotana y de “su dedo inducidor”?” (sic). Obviamente no refería a él, sino a José Joaquín Cortés de Madariaga, un controvertido personaje, que, gracias a ese lapsus mentis, me motiva para el tema de hoy.

Vista la cercanía del Bicentenario del 19 de abril de 1810, y dada la recurrente anécdota en que se ha convertido la participación política de este clérigo aquel día, es bueno decir que no fue sólo por su dedo, en movimiento de negación a espaldas del Capitán General Vicente Emparan, cuando aquel preguntaba al pueblo si quería o no que él lo siguiese gobernando, el hecho que lo hace entrar a la historia, o más bien el hecho que lo reduce a una parte fragmentada y fugaz de la historia y, en algunos episodios de enmarañada pasión de esa etapa emancipadora, ¡irónicamente! el hecho que lo lanza al olvido de la historia.

Para ese entonces siendo él una extrañísima mezcla de cura y francmasón, frente a los demás sacerdotes que vivieron aquellos acontecimientos históricos, evidentemente era una figura revolucionaria. Siglo y medio antes de que naciese en nuestras tierras la Teología de la Liberación, José Joaquín Cortés de Madariaga ya esgrimía el verbo encendido del ser independentista sin importar los hábitos clericales que portaba, no como otros que por esa fecha jugaban al ni-ni, diciendo "…No es mi ánimo entrar a demostrar la justicia, la necesidad y la oportunidad en que nos hallamos de declarar la independencia. Dos cosas solo deseo: la primera, acreditar que mi estado eclesiástico ni me preocupa ciegamente a favor de los reyes, ni contra la felicidad de mi patria, y que no estoy imbuido en los pretigios ni antiguallas que se quieren oponer contra la justicia de nuestra resolución que conozco y declaro. La segunda, es que Guanare a quien represento, no se tenga por obstáculo para la independencia cuando se crea necesaria…"1, mientras ocultaban a “honorables españoles” de la Real Hacienda al paso de la Campaña Admirable.

De aquel embrión emancipatorio en que participaron nuestros sacerdotes, y en confrontación siempre las dos clases sociales conocidas, con sus dos proyectos históricos antagónicos, faltarían 170 años más para que los descendientes de Madariaga y otros tantos curas rebeldes rubricaran su desiderátum terrenal con la opción preferencial por los pobres, en los documentos de Puebla y Medellín.

Vicente Basadre, último Intendente de la Colonia en nuestro país, en sus «Memorias Escritas», informa de la particular actuación del padre Madariaga ese memorable día, “…Inmediatamente gritaron varios de la plebe instigados de los enemigos ocultos, por un gobierno libre e independiente. A las nueve de la mañana vinieron a mi casa un Capitán y dos granaderos con sable en mano, con orden del Ayuntamiento de que pasase inmediatamente a las salas Capitulares, lo que ejecuté inmediatamente y encontré en ellas a todos los Regidores, Alcaldes, Ordinarios, Síndico, Asesor de Gobierno, Subinspector de Artillería, y sucesivamente fueron llegando la Real Audiencia, Prelados de las religiones, y muchos individuos particulares de todas las clases, como militares, paisanos, Abogados, Médicos, Cirujanos, Boticarios y Colegiales. El que llevaba la voz era Don José Cortés de Madariaga, Canónigo de Merced de la Santa Metropolitana Iglesia de Caracas, y natural de Chile, siendo conocido vulgarmente por el canónigo de Chile. Este hombre de carácter revolucionario (muy parecido al Canónigo Calvo, de Valencia, menos en lo sanguinario) y muy adepto a la independencia, como lo aseguran, seguía en correspondencia con los principales motores de la revolución de Quito; empezó a hablar con un estilo muy decisivo, imperioso e insultante, diciendo en sustancia, que España estaba perdida; que el Consejo de Regencia era nulo e ilegal. Que Cádiz, único punto que poseíamos, no era la Nación española. Que los papeles recibidos el día anterior eran falsos, capciosos y seductivos, por lo que el pueblo le había conferido poder para crear en Caracas un Gobierno independiente…”2. Lo reseñó para la Historia un hombre de la Corona española, Madariaga no era el acuseta cobarde que desvía una decisión a espaldas de su adversario; era un revolucionario de aquellos que organizan, agitan y propagan.

Engrillado y preso, fue enviado a Cádiz, junto a Juan Germán Roscio, una vez violados los acuerdos de la Capitulación de Miranda, por parte de Domingo de Monteverde.

Fiel a Miranda vivió hasta el final de sus días, en la población colombiana de Río Hacha, en 1826, a escasos cuatro meses de cumplir los sesenta años de edad. Fue el Generalísimo quien lo trajo, con la inmensa red de contactos internacionales con que contaba, desde su lejano Santiago de Chile, hasta una canonjía en la Catedral de Caracas, en 1803, en función de los planes políticos que se desarrollarían en los años posteriores. Pertenece a la sociedad secreta de nuestro venezolano universal. Al desplomarse la Primera República, todos los cuadros políticos mirandinos fueron perseguidos y presos.

Quedan para el reino de las hipótesis, como gustaba decir el viejo Trino Meleán, que a su regreso de Cádiz en 1816, su no contestación a las cartas del Libertador en las que le pedía su apoyo, y al año siguiente, en 1817, su sumatoria al Congresillo de Cariaco, junto a Santiago Mariño, haya influido su lealtad al Precursor de Nuestra Independencia.

Sirvan mis letras de hoy para recordarlo a 200 años de aquellos hechos, y en cierto modo para cubrir mi falla por haber confundido su nombre en mi artículo anterior.



Fuentes consultadas:

1)es.wikipedia.org/wiki/José_Vicente_de_Unda.

2)“La Economía Americana del primer cuarto del siglo XIX, vista a través de las Memorias Escritas por Don Vicente Basadre, Último Intendente de Venezuela”, Manuel Lucena Samoral, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Nº 33, Caracas, 1983. Pág. 172. (Subrayados nuestros).

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