lunes, 5 de abril de 2010

El 19 de abril de 1810

A pesar de tratar de reconocer a Fernando VII como rey, y de erigir una Junta conservadora de sus derechos en nuestras tierras, el 19 de abril de 1810 fue la génesis constituyente de la Independencia en Venezuela. Siempre se fija su gestación como producto de las Abdicaciones de Bayona, acontecidas dos años antes, en que Napoleón Bonaparte transforma a su hermano José en Rey de las Españas y de las Indias. Este hecho es, indiscutiblemente, el disparador internacional que desencadena los llamados sucesos de aquel día, tan memorable en nuestra historia. Como memorable es señalar también que una revolución social se venía germinando como factor interno para conjugarse con aquel episodio, y la misma que tiene sus referencias lejanas e inmediatas en el levantamiento de Juan Francisco de León en 1749; la sublevación de Manuel Gual y José María España, en 1797; las fallidas expediciones navales de Francisco de Miranda a nuestras costas, en 1806; y la conjura de los mantuanos de Caracas, en 1808.

Necesario es ubicar en contexto a nuestros caros lectores que de estas referencias lejanas e inmediatas al 19 de abril de 1810 como puntales del agotamiento social y político de la superestructura colonial, sólo el movimiento de Gual y España y las fallidas expediciones navales de Francisco de Miranda se propusieron la Independencia de Venezuela, desde el punto de vista militar, con un programa, una bandera y teniendo la fundación de una patria como fin ulterior. El levantamiento de Juan Francisco de León fue fundamentalmente contra el monopolio representado por la Real Compañía Guipuzcoana y pedía la libertad de comercio entre sus fines; sin embargo, su reseña dentro de este marco sirve para colocar un punto de partida de aquella revolución en marcha, que habrá de estallar con mayor fuerza en las décadas posteriores. De la conspiración de los mantuanos de Caracas, haré unas consideraciones unos párrafos más adelante.

El 19 de abril de 1810 tuvo su evolución

De Junta Suprema de Caracas que trató de jurar fidelidad a un rey, se convierte en debate político y en concepción jurídica; devenida en Primer Congreso, se convierte en independencia y en patria. Fue impulsado por mantuanos y por blancos criollos que apuntaron siempre al aspecto económico y a su control, lo que trajo aparejadas en las consecuencias políticas de dicha acción consecuencias militares, que se desarrollarán en una larga guerra de diez años, donde habrá de inmolarse la mitad de nuestra población. En su devenir y consulta privó el régimen censitario, que reservó y aseguró a los propietarios de bienes su elección y participación en aquellas históricas deliberaciones; y el pueblo venezolano como convidado de piedra, puesto siempre como “objetivo” del “fin”, el que aclamó con su no la renuncia de Vicente Emparan, fue nutriendo de contenido social aquel día hasta apropiárselo por completo, aún al costo de su propia vida, en las innumerables batallas que se libraron a posterior, parteras de nuestra vida republicana.

Puede decirse que el 19 de abril de 1810 es el punto crucial de muchas fechas, de muchos hechos; pero también puede decirse que es el punto de quiebre en que el accionar de una casta es rebasado por un pueblo y una vanguardia para construir una nación. Ése es el carácter histórico que garantiza su permanencia en el tiempo.

Pero esa evolución tiene sus fundamentos en una conducción política impecable, que supo con sentido de oportunidad cuándo era el momento preciso para dar el viraje. El 19 de abril de 1810 bien pudo haberse convertido en una re-edición de la conspiración de los mantuanos de Caracas, como era en sus propósitos iniciales. Condes, marqueses y clérigos pujando para que todo siguiera igual, buscando convertir un cambio histórico en simple fachada. Basta con echarle un vistazo a las primeras decisiones de aquella Junta Suprema, para uno percibir que lo que se buscaba era el control político, económico y militar de la Metrópoli, sin que la superestructura de la Colonia se modificara un ápice.

Bien vale recordar al Libertador Simón Bolívar, faltando tan sólo horas para el 5 de julio de 1811, cuando exige la pronta declaración de la Independencia de Venezuela, “No es que hay dos Congresos. ¿Cómo fomentarán los que conocen más la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debería estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviésemos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben preparase con calma! Trescientos años de calma ¿no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe ser, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos… …Que una comisión del seno de este cuerpo lleve al soberano Congreso estos sentimientos”1.

No en balde aquel Primer Congreso, el 2 de marzo de 1811, cesando en sus funciones a la Junta Suprema de Caracas, se instala ¡qué curioso! en la residencia del Conde de San Javier, en virtud de la misión gatopardiana que llevaba incubada. No en balde la Iglesia católica mueve en aquel propósito a las mejores fichas −o cuadros políticos, mejor dicho− con que contaba. Sólo que la voluntad política de una vanguardia se impuso y un pueblo nutrió de contenido social a una fecha, que el mantuanaje colonial había reservado para cambiar de forma y seguir medrando.

Por eso, el 19 de abril de 1810 es y seguirá siendo un día del pueblo venezolano, de sus aspiraciones, de sus conquistas, de sus luchas y de sus sueños.



Fuente consultada:
1) «Doctrina del Libertador», Simón Bolívar, Colección Biblioteca Ayacucho, Nº 1, Págs 7 y 8. (Subrayados nuestros).

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