domingo, 8 de febrero de 2015

¡Chávez era mejor que Nicolás!

Sobre la mayoría del pueblo venezolano, es decir, sobre las bases chavistas, para caracterizarla con un término político concreto, se ha lanzado el más de los despiadados bombardeos que a nivel psicológico se haya podido lanzar a pueblo alguno en la Historia. Refinadas especies de laboratorio ‒que no por refinadas dejan de ser retorcidas‒ se han puesto en práctica desde las más variadas fuentes y los más insospechados lugares, para destruir su unidad monolítica de masa transformadora conquistada en estos últimos 16 años de intensa lucha social, gracias al genio y a la figura de nuestro inolvidable Presidente Hugo Chávez Frías, y hacerla retroceder a su antigua condición de masa legitimadora, en función de que vuelva a convalidar intereses y privilegios de una clase que no es precisamente la suya. Los más entendidos y doctos en la materia llaman a esta gigantesca operación psicológica guerra de cuarta generación. Un tecnicismo por cierto, ése de cuarta generación, un tanto complicado de hacerlo comprender, cuando tratas de alertarle a una camarada o a un camarada de que ella o él se encuentran sumergidos en el fondo de una cruenta batalla permanente, que se libra dentro de nuestras propias cabezas, donde las balas se manifiestan mediante la manipulación de ideas o la fabricación de sensaciones, donde la pérdida de la conciencia de uno subliminalmente se traduce en la quiebra moral de la voluntad misma, que es el objetivo final del adversario que tengas en cualquier confrontación que te planteen. En plena decadencia del Puntofijismo, Alfredo Maneiro una vez dijo, refiriéndose al abandono de la tesis desarrollista del Plan de Barranquilla por parte de las clases dominantes de entonces para abrazar al neoliberalismo, que en Venezuela “para avanzar sólo bastaba con retroceder”. Salvando las debidas distancias tanto en intención como en fin con el filósofo y fundador de Causa R, ése pareciera ser el lema subrepticio de la derecha venezolana en esta guerra de cuarta generación: insuflarle a nuestro pueblo la falsa premisa de que sólo avanzará si retrocede. En los últimos días, alguno de ustedes seguro habrá oído a alguien “lamentarse” diciendo que “Chávez era mejor que Nicolás”. Frase en apariencia “inocente”, que es lanzada en forma milimétrica y deliberada ante un chavista desprevenido, por alguien que generalmente no lo es. La intencionalidad de la frase es perversa, pues busca establecer una división en un contexto que los chavistas nunca nos hemos planteado. El “Nicolás no es Chávez”, que les funcionó tan bien en la corta campaña electoral de abril de 2013, ahora es sustituido por el “Chávez era mejor que Nicolás”. El cognomento de “era mejor” que ahora le agregan está exquisitamente pensado. Tiene un fin. No lo dicen alegremente, ni mucho menos como una concesión al generoso hombre de quien tanto denigraron en vida. Su finalidad es dividir a las bases chavistas, que nuestro pueblo establezca comparaciones que no tienen lugar, para que finalmente le retire su apoyo al Presidente Maduro, o neutralice su participación por él, es decir, que si no logran que vote en contra ese chavista desprevenido, tienen como segundo propósito conseguir su abstención como votante. Abrumarlo en el pesimismo, de que ya nada vale la pena, de que ha sido estafado en su sentimiento. Cuidado con esto, que es una especie de laboratorio, muy fina y a la vez asquerosa. No le ha tocado fácil al Presidente Nicolás Maduro. Imagínense a una orquesta sinfónica que viene tocando armoniosamente su rítmica melodía, y de pronto su director llama a uno de sus músicos para entregarle la batuta y dejarlo al frente. Por más partituras que se sepa y que haya ensayado, el solo hecho de encontrarse íngrimo con esa minúscula varita (que no es mágica, por si algunos han llegado a pensarlo) en la mano, debe ser un impacto multitudinariamente desolador: sostener en pie el peso de semejante responsabilidad, máxime aún si hay un público expectante de por medio. No se calzan así porque sí, y menos de la noche a la mañana, las botas de Hugo Chávez. Y eso lo ha dicho en reiteradas oportunidades Nicolás Maduro. Ha trabajado denodadamente y sin descanso, y si no me creen, busquen su fotografía de candidato y pónganla junto a una foto suya actual: y se darán cuenta de los estragos físicos que estoy diciendo. A cada uno hay que valorarlo, en forma honesta, en su justa dimensión, espacio y tiempo. Pero, de eso, ya se encargará la historiografía del futuro. Maduro, como lo llamamos afectivamente sus camaradas, por ejemplo, ha tomado medidas que lo revisten de un profundo carácter obrerista. El año pasado eliminó a una herencia neoliberal de finales de los años 90: a más de 65.000 mujeres pobres, pero pobres entre las más pobres, de todo el país, que se levantaban muy temprano todos los días a preparar la comida del Programa Alimentario Escolar del Ministerio del Poder Popular para la Educación, y que estuvieron por muchos años trabajando en condiciones casi de esclavitud, bajo la promesa de recibir un día su cargo fijo (algunas murieron en esa espera), las pasó a las nóminas del referido ministerio, con todos sus derechos laborales. Medida ésta por cierto silenciada por nuestros propios medios de comunicación, que ni siquiera se han tomado la molestia de hacerle una cuña para informársela al pueblo. Medida ésta que reivindica a Chávez, quien dio esa misma orden, pero que la burocracia aburguesada, que parasita cual orquídea en ese frondoso samán que es el Estado venezolano, nunca la acató. ¿Qué cómo podemos desactivar una manipulación como ésa, de “Chávez era mejor que Nicolás”? Primero, cerciorándonos acerca de quién es la persona que nos lo está diciendo, desnudarle sus palabras más allá de su “inocencia”, por qué lo dice, cuál es su intención, y desmontarle la coartada con nuevas preguntas. Ellos no conocen nuestro mundo, nosotros sí, ¿van ellos a venir a hablarnos a nosotros de cómo somos? Si esa persona es escuálida, pónganla a prueba, verá que no tendrá un solo argumento para sostener “su afirmación generosa hacia Chávez”. Segundo, no alimentemos a la industria del rumor, a veces somos nosotros mismos quienes le servimos de vehículo difusor a nuestros adversarios sin darnos cuenta; si un rumor crece en Venezuela es porque parte de nosotros mismos ese rumor lleva en su cuerpo y alas, ninguna otra fuerza política en el país tiene el tamaño nuestro, entonces hagámonos esa autocrítica dentro de la lucha contra la alienación burguesa que libramos todos los días, y plantémonos como una firme barrera ante el inclemente bombardeo psicológico que busca dividirnos.