lunes, 22 de febrero de 2010

Casa León y su tiempo

Mario Briceño-Iragorry, ese compatriota nuestro, historiador positivista, cuya obra bibliográfica no me cansaré de promover, en función de su lectura reflexiva, en un libro suyo, describió las andanzas de un perverso malandrín de inicios del siglo XIX, llamado Antonio Fernández de León.

Ahora que se aproxima el Bicentenario del 19 de abril de 1810, sería interesante que uno, como curioso del oficio, así como otras personas amigas, con acreditada especialización, les acerquemos información a nuestros caros lectores sobre un conjunto de personajes olvidados e ignorados, que vivieron aquellos hechos.

Tal es el caso de Antonio Fernández de León, que fue recogido bajo la hermosa escritura de Mario Briceño-Iragorry, en su libro “Casa León y su tiempo”, editado en 1946.

¿Alguno de nosotros se ha preguntado el antes y el después de aquellos históricos acontecimientos, que dieron origen a nuestra República? Pero en interioridades como, ¿quién delató a Manuel Gual y a José María España, e incluso tuvo participación directa en sus martirios? ¿Quién, en 1808, se adelanta al 19 de abril, con fines personalistas, “protestando a favor de los derechos de Fernando VII”? ¿Qué papel jugó José Joaquín Cortés de Madariaga, más allá de su sotana y de “su dedo inducidor”? ¿Cómo terminan su vida figuras tan importantes de ese día, como Juan Germán Roscio, por ejemplo?

Mariano Picón Salas, en el prólogo de esa primera edición de 1946, sostiene que Casa León dejó de ser un personaje para convertirse en una clase social, la del traidor consumado: traiciona al Rey, para cortejar a Miranda; traiciona a Miranda, para cortejar a Monteverde; traiciona a Monteverde, para cortejar a Bolívar; traiciona a Bolívar, para cortejar a Boves, “y de Boves trata de pasarse a Páez, a no ser porque el astuto llanero ya no necesita de este anciano chapetón cuyo repertorio de mañas se ha agotado en los diez años más tormentosos de nuestra vida republicana”. ¿Para qué Páez iba a necesitar de Casa León, si ya traía consigo a Miguel Peña?

“Casa León y su tiempo”, contiene las actas de las capitulaciones de Miranda y Monteverde, los documentos de las delaciones de Gual y España, y de los revolucionarios firmantes de nuestra Acta de Independencia, con recomendaciones específicas para cada caso; todos terminaron con sus huesos en el Castillo del Morro, en San Juan de Puerto Rico, con cadenas perpetuas, por haber realizado nuestro primer documento republicano. De Casa León fue la traidora mano de estos hechos, así como del último suplicio de nuestro Generalísimo, Francisco de Miranda.

También en este maravilloso libro de don Mario se describe la corrupción administrativa de las rentas de la Colonia y de las primeras rentas de la República incoadas por este fatídico personaje; y de la apropiación de las tierras fértiles del valle de Tapa-Tapa, en el estado Aragua por medio de este mecanismo. Quien hoy día salga del túnel de La Cabrera con dirección a Maracay, una vez haya leído “Casa León y su tiempo”, podrá imaginar con mayor facilidad, cómo 200 años atrás un vagabundo con mil caras falsas, se enriqueció, a través del trabajo esclavo y del robo, de la prosperidad de esos predios.

Si inferirnos, como Mariano Picón Salas, que Casa León es una clase social, entonces el libro nos permitirá identificar a nuestro personaje más cercano, teniendo mejores herramientas para combatirlo, para desenmascarar sus argucias y reprochar sus mil formas de corromper.

Es una lucha política de nunca acabar, ésa de señalar Casa Leones, pero es apasionante, educativa y aleccionadora.

El nuevo cierre, según Yorman de Jesús

El brillante aedo guanariteño este domingo 31 de enero, casi que instantáneamente, respondió a mi artículo “El nuevo cierre” del pasado miércoles 27 de enero, arrogándose una destemplada vocería, que me servirá para agregarle nuevos elementos al tema.

Para los caros lectores de este espacio, sobre todo a aquellos que sean menores de 35 años de edad, y a aquellos que recién estén fijando su residencia en Portuguesa, y no conocen bien al personaje, les adelanto que es un buen amigo mío: Yorman de Jesús Tovar.

Amistad que se ha concretado gracias a la vocación que ambos sentimos por las letras y por el paladeo –ahora no con la misma frecuencia de antes− de algún escocés, o de un frío y espumoso elíxir amarillento, como proclama fiel del más insolitista de los hedonismos. Amistad que para nada ha sido impedimento a la hora de dirimir en público alguna interpretación política, de las que permanente y diametralmente opuestas tenemos, pues, como es bien sabido, él es un hombre de derecha, y yo soy un hombre de izquierda.

Además de necesario el debate, sirve para colocar en perspectiva posturas y planteamientos, ante un tiempo histórico que exige definiciones.

No sé si Yorman de Jesús se habrá dado cuenta de ello, pero la agresividad y maledicencia del lenguaje que usa, lo direcciona de la derecha a un fascismo recalcitrante del que no tendrá retorno alguno, le anula toda expresividad y belleza literarias que su prodigiosa inteligencia es capaz de dar, y lo convierte en un hombre solo y amargado, presa fácil de la disociación psicótica, que no me cansaré de denunciar.

La propia derecha portugueseña no le ha permitido −y nunca le permitirá− un espacio, pues su escritura rinde muy pocos aportes a los intereses que ésta busca. Ni siquiera puede aplicársele la categoría de “intelectual orgánico” creada por Gramsci, puesto que, exceptuando a Iván Colmenares y a Ricardo Gutiérrez, la derecha en Portuguesa apenas sabe leer y escribir, como para meterse en el tremendo esfuerzo que implica razonar la política como ciencia. Un letrado poco eficiente sirviendo a un pocotón de bichos que raras veces leen. Trágico papel.

Me imagino la terrible contradicción que debe existir entre la pluma del sibarita y nocherniego autor de «Maldigo el amor y lo sigo amando», digna del mayor elogio con la copa alzada, a la caza de amoríos furtivos y al acecho de encomiables aventuras; en contraste con el vetusto planteamiento conservador, ahistórico y achacoso, del columnista dominguero, lleno de odio y teniendo por toda compañía la soledad de sí mismo. Como dice el genial poeta Orlando Pichardo, “la poesía no admite ni hace trampas”. Ojalá el poeta venza en esta lucha interna.

¿Tú estás consciente de lo que defiendes, Yorman de Jesús?

Te confieso que para nada hacen mella en mí tus calificativos de “lacayo”, “marioneta” y “loro repetidor”, que de manera indirecta me haces, tampoco los insultos y descalificaciones con los que “acribillas” a la dirigencia del chavismo (léase, sabandijas, rábulas, títeres, etc.), a la cual tú acudes, por carecer de una argumentación política sólida para convencer.

En cambio, sí, me lastima mucho cuando agredes al pueblo.

En otros artículos tuyos he visto cómo dañas a tu propia gente, Yorman de Jesús, al pueblo, al que perteneces. Cuando les dices “focas”, “pendejos franelas rojas”, o cuando te burlas de ellos, porque van a comprar comida en las redes “Mercal” y “Pdval”. Precisamente tú, que no eres propietario de ningún medio de producción; que, como yo, eres despreciado por la pequeña burguesía agrícola de este estado; tú que has visto a cuántas madres deslomarse, envejecerse, trabajando, sin ninguna protección social y laboral, para que sus hijos estudien en una universidad, “y sean alguien en la vida”. Ése es el pueblo, Yorman de Jesús, la gente trabajadora, que desde la madrugada, con su trabajo, nos da alma y valor, sentido y corazón, para seguir escribiendo. No cantes a quienes quieren perpetuar ese estado de servidumbre. ¡Cántale al pueblo, carajo!

En cierto modo le hallo razón a la derecha portugueseña cuando esgrime que tus escritos no la ayuda, pues con semejante columnista jamás recuperarán las bases sociales que una vez le pertenecieron.

Ese canal de televisión que defiendes, “esa (presunta) ventana cultural”, ha llevado la más absoluta prostitución a los hogares venezolanos, a la sociedad venezolana. La programación que reseñas se hizo cuando William H. Phepls y Amable Espina aún vivían, y los capitales colombianos ni siquiera pensaban aparecer en la planta televisiva, con toda su secuela de podredumbre. Yorman de Jesús, en esos espadazos, le hablaste fue a personas que están por encima de 40 años. Diles a esas mismas personas qué piensan de “Ají Picante”.

Ese tipejo llamado Marcel Granier, “quien está hecho de una pasta diferente”, es tan racista y elitesco, que si se llega a enterar que un escritor de hermosas glosas lo ha defendido, pero que aparte, ese escritor de hermosas glosas es de origen pobre y campesino, y encima negro (Y acordaos que “Negro es un bello color”), será tan grande su repulsión, que en realidad comprenderás que él sí está hecho de una pasta diferente. Dura comprobación.

Para ir finalizando, te recomiendo la lectura bien detenida, del artículo Nº 2, del decreto presidencial Nº 1577, publicado, en Gaceta Oficial Nº 33.726, el 27 de mayo de 1987, donde el presidente de la República de entonces, Jaime Lusinchi (Ojo, no es Hugo Chávez), determina el destino de los bienes que se obtengan producto del usufructo del espectro radioeléctrico por la concesión que a 20 años se otorgaba a ese canal. Ese artículo no se cumplió, al momento en que se hizo efectivo el no otorgamiento de la concesión. Y tú afirmas, “con los aparatos robados al canal”. Creo eso es lo más grave de todas las cosas que dices.

¡Salud, poeta!

El nuevo cierre

Hay palabras y frases que, por su aparente sutilidad e inocencia, la oposición venezolana y sus socios mediáticos usan, buscando un fin distinto al que éstas explícitamente proponen. Es un uso por lo general, bastardo. Si no fuese por la secuela psicótica y disociadora que ellos dejan en un segmento –por fortuna cada vez más pequeño− de nuestra población, y por la seriedad clínica que revestirá encarar su recuperación algún día, resultaría divertido oír a aquellos hablar de “nuevo cierre”, ante la bravuconada de RCTV de no ceñirse a la ordenación legal que rige su actividad social y comercial. Recalco, su actividad social y comercial. No su actividad política. Ésta última no está especificada en sus registros y permisología, por la cual, violando su naturaleza empresarial y asumiendo roles reservados a los políticos, han hecho punto de honor, sin lógica alguna ni sustento jurídico.

¿Cómo puede volverse a cerrar algo que ya “estaba cerrado”? ¿Cómo entender eso de “nuevo cierre”? ¡Alguien está mintiendo! Pareciera un avezado trabalenguas, en el cual Sócrates haría delicias desentrañando sus argucias y su ética en un diálogo de nunca acabar, sino fuese porque el contenido engañoso es tan evidente que no amerita siquiera una disquisición.

La Norma Técnica sobre los Servicios de Producción Nacional Audiovisual de Conatel califica que un canal de televisión por suscripción es nacional cuando el 70%, o más, de su programación es producida en el país. En consecuencia, el canal de televisión por suscripción calificado, por este mecanismo legal como tal, deberá cumplir con todo lo establecido en la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. Y la programación de RCTV es nada más y nada menos que 94% de producción nacional.

La exigencia del Estado venezolano es el fiel cumplimiento a dicha legislación para poder operar.

Pero el tema sirve a propósitos políticos.

Se argumenta que es únicamente para obligar a RCTV plegarse a las cadenas presidenciales, lo cual constituye una verdad a medias. Dentro de la exigencia está ello, pero su ámbito es mayor. También se le exige, como canal de televisión nacional, el respeto a los tipos de programas, elementos clasificados, transmisión de mensajes oficiales de interés colectivo y la difusión del himno nacional, entre los demás articulados de la ley.

Bajo el rótulo de canal internacional se burlaba la normativa y, aparte de los continuos y enloquecidos llamados al desconocimiento de la Constitución en sus programas de opinión, transmitían escenas de sexo y violencia sin importar el horario, sin importar que pudiesen estar niños viendo toda esa basura de degradación social en las horas que la ley reserva para ellos.
¿Por qué no se dice también que de 286 canales internacionales, 164 de éstos consignaron su documentación ante Conatel, y fueron calificados como Productores Nacionales Internacionales, y que el resto se presumen sean Productores Nacionales Audiovisuales, que estaban bajo esa adscripción “de internacional”? ¿Por qué no dicen que Conatel, además de RCTV, está notificando también a 81 canales de televisión más que no presentaron su documentación? ¿Por qué unos pudieron y otros no? ¿Por qué RCTV se niega a cumplir la ley?

Los antecedentes recientes de esta planta televisiva nos dan un panorama. La concesión por veinte años, otorgada durante el vergonzoso oscurantismo lusinchista, para el uso del espectro radioeléctrico del país, que venció el 27 de mayo de 2007, el Estado venezolano bien pudo habérsela renovado. Sólo que, es bueno recordarlo, las constantes violaciones a la ley, la promoción de la violencia, del golpe de Estado de abril de 2002, del paro petrolero y del desprecio de clase hacia los pobres de Venezuela, a los que recurrieron, fueron sustanciando un legajo por el cual el Estado venezolano optó por la no renovación de dicha concesión.

Sin embargo, se les permitió salir por cable, para que siguieran haciendo lo que antes hacían por señal abierta. Y aún así, Diosdado Cabello, hoy les indica que si ajustan su programación a las exigencias, a la Norma Técnica y presentan su documentación, perfectamente pueden volver a salir por las cableras.

Lo que pasa es que han gritado tanto −y han luchado tanto− por el “nuevo cierre”, que no escuchan al ministro señalándoles la única salida que tienen.

Cuando racionar ayuda a razonar

El fenómeno climatológico conocido como «El Niño», que prácticamente ha sometido a Venezuela a tres períodos de sequía continuos; y las distintas cuestiones de orden doméstico, que no se pueden evadir al abordar su problema eléctrico, son eslabones resultantes de un modelo de vida, que hoy tiene al mundo ante la cruda realidad de su extinción.

En un poco más de cien años hemos consumido y destruido los bienes que la naturaleza tardó millones de años en crear.

La iniciativa humana, aquella que por voluntad propia recorrió territorios inimaginables y los pobló; aquella cuya inteligencia proveyó de métodos y técnicas −cada vez más avasallantes, más sofisticadas− a su desarrollo; aquella que con arte, tocó las más sensibles fibras de la belleza, y que con ciencia, elevó su condición y ser a estadios asombrosos, ahora se muestra incapaz de revertir las consecuencias de su audacia, de su aventura indetenible.

En el sistema de producción capitalista está el origen del desastre ambiental y del desequilibrio climático que padecemos, y en su modelo de vida está la lógica irracional que nos impide la concreción de soluciones, incluso en situaciones aisladas y específicas, como el ámbito geográfico de un determinado país.

Si los Estados Unidos, y su american way of life, con el 5% de la población mundial consumen el 25% de toda la energía que se produce en el planeta, se puede inferir con facilidad la inviabilidad de su hegemonía capitalista. No son un ejemplo para alguien. Su ética, como carga colectiva, modela el despilfarro y la falta de escrúpulos; su moral, como principio individual, manifiesta un profundo desprecio por el ser humano. El llamado primer mundo, representado en una docena de países –que se consumen un 60% de la energía producida−, es sólo un reflejo cómplice de un sistema de producción que amerita ser erradicado, o desapareceremos inexorablemente como especie, y con nosotros desaparecerán también las demás formas de vida que nos acompañan.

Venezuela, y su decidida opción por construir el socialismo, se abren paso en ese dramático cuadro, que nos afecta en sus diversos aspectos.

El pasado período lluvioso, por los efectos del fenómeno climatológico «El Niño» se convirtió en período de sequía, limitando el caudal de nuestros afluentes en el Alto Caroní, lo que, a su vez, incide en la capacidad de nuestro más importante embalse hidroeléctrico, ubicado en su parte intermedia. En Guri se produce el 70% de la energía eléctrica que se consume en el país, y el nivel de sus aguas se está reduciendo a razón de 10 centímetros diarios, en detrimento de la generación eléctrica, hecho real que enciende las alarmas, máxime aún cuando faltan cien días para que se inicie el período lluvioso correspondiente a este año.

Este punto del racionamiento eléctrico es una magnífica oportunidad para que el país todo se integre alrededor de un aspecto de común afectación. Sin embargo, la politiquería, y su odio como praxis, no permiten divisar al país y a sus más caros intereses en este delicado escenario, sino al enano provecho que se obtiene de la migaja logrera, el oportunismo ramplón y la cobardía apátrida.

El comunicado publicado este domingo 17 de enero por los socios mediáticos de la oposición venezolana, en el cual ésta última “exige el cese inmediato del racionamiento eléctrico”, no es más que otra irresponsabilidad, de las tantas cometidas en contra de la patria.

Los once pedacitos de la llamada Mesa de la Unidad Democrática –que juntos no llegan a un 15% electoral−, plantean allí que es “discriminatorio” con los demás ciudadanos y regiones de Venezuela el trato dispensado a la ciudad de Caracas por no aplicársele recortes de energía, donde hay un metro que funciona con electricidad y moviliza a más de dos millones de personas, y un sistema de semáforos que de fallar provocarían un colapso brutal. Es estúpido el planteamiento, y se le ven las aviesas costuras de su fin. ¿Qué pretenden? ¿Volver al país en contra de Caracas? Y proponen dos brillantes soluciones: un nuevo racionamiento, “acordado con los ciudadanos” y adelantar una hora el huso horario legal, “para aprovechar mejor la luz solar”. Por cierto, ésta última propuesta ya se hizo en el 2007, con la infaltable oposición acérrima de ellos.

Es vital entender y colaborar con el racionamiento eléctrico, ser consciente que sólo con la unidad nacional superaremos la contingencia. Si visualizamos su importancia en este tiempo de carencia, crearemos disciplina y manejo correcto, para cuando vengan las mejores bonanzas; no quedarnos sólo allí, aplicarlo en renglones valiosos como el agua, los alimentos y los recursos monetarios.

Racionar en los momentos difíciles, ayuda razonar y valorar lo que se tiene, en todos los tiempos y en todos los espacios.

domingo, 21 de febrero de 2010

El desaliento como táctica y otras menudencias

«Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza»
Simón Bolívar
15 de febrero de 1819


«Tonto es aquel que piensa que la demás gente es tonta», es un juicio certero y sentencioso que a diario esgrime nuestro pueblo a modo de blindarse, aprendido sobre su propia experiencia, y demuestra para qué sirve el ingenioso antídoto de sus poderes creadores(*); mezcla de sintagma y apotegma, de descripción narrativa circular, fácil entendimiento y rápida síntesis, que desmonta las perversas manipulaciones de información y las elaboraciones ajenas a nuestro arraigo, que con tales y cuales la oposición venezolana y sus socios mediáticos pretenden, a través de nuestra quiebra moral, volver a dirigirnos.

Nuestro pueblo defiende su esperanza y su porvenir, y sabe que en su historia y en su cultura están las claves políticas que jamás permitirán su derrota, y menos que sobre sus hombros se abalance un nuevo coloniaje.

Una de esas elaboraciones que menos se parece a nosotros y que más han utilizado para desconfigurarnos, es la del desaliento. Transmitir, transmitir desaliento a toda costa. El uso de esta elaboración ha sido tan, pero tan abusivo, que por parte de ellos mereceríamos como mínimo de una disculpa. La realidad los hace fracasar una y otra vez, y son tan contumaces que persisten; el alto nivel de disociación psicótica que poseen los ha llevado a “fabricarse” otro país, con otra gente, sus propias estadísticas, su idiosincrasia, su territorio y sus bienes; afortunadamente a estas dos últimas ficciones no pueden vender, como hubieran querido vender también, sino fuese porque en el capital la mercancía a comprarse debe ser tangible; es decir, expresarse en un valor material e intercambiable.

Se necesita no conocer un ápice la historia de Venezuela y al venezolano como tal, como para proponer al desaliento como táctica, dentro de una estrategia que implique su dominación política y el usufructo de sus riquezas, en provecho del sistema capitalista mundial. Se necesita además no tener patria para servirle de cipayo a esos intereses, que en nada tienen que ver con nosotros.

No se tiene registro que en el tiempo inmemorial precolombino sobre estas tierras haya habido reinado indio alguno, sólo rebeldía y liderazgo de pueblos libres; luego resistencia y mestizaje, pero nunca entrega. En el período de la colonia fuimos lejana capitanía general, propicia para el trabajo esclavo brutal y embrutecedor, así como para el inicio de nuestras indómitas cimarronadas levantiscas; uno como causa y las otras como efecto, ambas, simbiosis entrópica, constituyen un legado que no admite resignación ni olvido. En el período de independencia y ahora en la república siempre hemos sido río desbordado y no redil; siempre hemos sido generosidad oportuna a algún hermano, sin facturas qué cobrar al menor chance; siempre hemos sido libertad, y libertad es un elevado estadio político de convivencia, sin estrategias de dominación, tácticas de desaliento, ni servilismos apátridas.

Basta sólo con ojear un periódico, oír la radio, ver la televisión o abrir el internet, para que nos salte encima esa poderosísima avalancha cuyo objetivo final es destruir al país, mediante nuestra desmoralización y reducción a nada. Para este juego se prestan toda una caterva de peones con la falsa ilusión de que si llegasen a lograr su propósito, ellos dirigirían lo que llaman la reconstrucción, en el papel de reina, olvidando que son ínfimas piezas de un ajedrez mayor que ni siquiera está dentro del país, olvidando que sirven a un poder con sede en los centros capitalistas del mundo que los desprecia profundamente, no menos con razón.

En diciembre de 2008, me topé en la ciudad de México con algunos venezolanos que a niveles medios participaron en el paro petrolero de diciembre de 2002 y febrero de 2003. Trabajan para contratistas prestatarias de servicios a las grandes firmas petroleras, son subcontratados y no son bien vistos por el imperio de las Siete Hermanas. El axioma es bien claro, “si usted atentó contra su propia empresa, quién garantiza que no intente hacer lo mismo con una que no es suya”. “Si usted atentó contra su propio país”, agregaría yo. Son tan imbéciles que se consideran con suerte, yacen en un desaliento nostálgico y, al menos en esa fecha, no habían hecho aún la revisión retrospectiva espiritual que todos nos hacemos alguna vez en la vida ante nuestras acciones. Para ese entonces ni siquiera se habían dado por enterado de la vil utilización de la que fueron objeto: son los propios estúpidos.

No hay un solo punto en que la oposición venezolana y sus socios mediáticos se encuentren, no con el chavismo, con el país. Aducen cualquier barbaridad para descalificar todo lo que se hace, desconocen que hay un país real que vibra, que vive, que sueña, y al cual ellos una vez pertenecieron. Se hacen llamar “sociedad civil” y “sectores democráticos” para no mezclarse con el pueblo y, lo más doloroso, para que no los confundan con el pueblo. La estrategia de dominación, de la que ellos son las primeras víctimas, les ha creado un terrible síndrome de mayoría, que les permite ignorar, o desaparecer como por arte de magia, a 70 años de exclusión social, y plantear como propuesta política al mismo modelo económico que la creó.

Cuando nuestro pueblo dice “tonto es aquel que piensa que la demás gente es tonta”, está apelando al reverso dialéctico de aquel dramático llamado del Libertador Simón Bolívar, en el Discurso de Angostura, “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza”.

No nos contagiarán su desaliento. A todo le tendremos su oportuna respuesta.



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(*) El poeta venezolano Aquiles Nazoa fue quien acuñó el feliz concepto. En uno de los versos de su poema «El Credo» dice, “creo en los poderes creadores del pueblo”, para referirse a la sabiduría de nuestra gente, a su más férrea voluntad para salir de las encrucijadas, de las dificultades. La Constitución Nacional de 1999 lo recoge en la primera oración de su preámbulo de la siguiente manera: “El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana”…

Mensaje sin destino

Al sumergirme en el tema de la formación de la conciencia social y deleitarme en su abundante bibliografía nacional, me reencontré con Mario Briceño-Iragorry, un valioso escritor nuestro ya fallecido, quien, hoy, salvo en nuestras exquisitas élites intelectuales, es muy poco conocido por la inmensa mayoría del país; y con él, me reencontré también con una interesantísima visión suya al respecto llamada «Mensaje sin destino». Libro pequeño en tamaño y gigante en contenido, publicado en 1951; allí vierte dos conceptos que se cruzan y alimentan entre sí, “la densidad histórica” y “lo permanente venezolano”.

«Mensaje sin destino» no se puede leer solo, como una pieza aislada. R.J. Lovera de Sola, en su prólogo a la quinta edición de Monte Ávila Editores en 1998, recomienda complementarlo, pues “pertenece, dentro del pensamiento venezolano, a la serie de libros producidos en las horas «encrucijadas» de la nación”1. Y propone como complemento, «Manual político del venezolano» del prócer Francisco Javier Yanes; «El personalismo y el legalismo» de Jesús Muñoz Tébar; «El presidente» de Rafael Fernando Seijas; «Mosaico de política y literatura» de Luis López Méndez; «La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana» de Augusto Mijares; «Hacia la democracia» de Carlos Irazábal; y «Venezuela violenta» de Orlando Araujo.

Yo, siguiendo a Lovera de Sola, agregaría a ese listado tan consistente y útil, «Labor venezolanista» de Alberto Adriani; «Servir al pueblo» de Alí Rodríguez Araque; y «La industrialización de Venezuela en el siglo XX» de Orlando Araujo, como para redondear el quid de la cuestión, en esa afanosa y urgente tarea que tenemos de conocernos a nosotros mismos.

Al recomendarse estas magníficas lecturas como estimulante teórico del concepto que don Mario vertiera acerca de “lo permanente venezolano”, y su aparejada conciencia social que forma en consecuencia, se comprueba la existencia, al menos en lo historiográfico, del concepto de “densidad histórica”, del cual él mismo se lamenta en «Mensaje sin destino» por carecerse en la vida cotidiana del venezolano de entonces, de 1951.

Por “densidad histórica” se entiende a la profundidad de la Historia misma en su función de componente raigal en el quehacer de un pueblo y a su necesario conocimiento general por parte de todos y cada uno de sus integrantes; y por “lo permanente venezolano”, al reconocimiento de su herencia consolidada en patria, la cual configura al patrimonio del origen y a la identidad como elemento común integrador en nuestra vida y destino, además de darnos “sitio honorable en el concierto universal de las naciones”2.

Ambos conceptos son esenciales conocerlos y aplicarlos en la formación de nuestra conciencia social como pueblo, como venezolano. Saber de dónde venimos; a qué savia pertenecemos; conocer qué accionar humano y bajo qué circunstancias en un tiempo multiplicado nos hizo historia; por qué tenemos un espacio telúrico que nos da conexión y geografía; y hacia dónde vamos: la conciencia es su amalgama, y el carácter social, determina su preservación, defensa y trascendencia.

El contenido nacionalista en la lectura de Mario Briceño-Iragorry nos marca una ruta en el sentido de desenmascarar a la clase dominante y a sus intereses, a quienes hoy no tardan en aliarse con el enemigo de la patria en pos de algún mendrugo, a pensar el cuerpo nacional como un todo único, a la valoración de nuestro ser patriótico, como magistralmente se logra en otro de sus libros, llamado «Casa León y su tiempo».

A quien lea estas líneas es imperativo acotarle que la interpretación de la historia en Briceño-Iragorry se realiza desde la óptica del positivismo, y que su lectura dentro del período histórico que hoy vive Venezuela, reflejado en su decidida opción por construir el socialismo, exige disgregar en contextos ambas percepciones, en aras de tener bien claro el objetivo que se persigue, y de asimilar con mayor claridad la hora presente.

Son diecisiete ensayos breves los que integran «Mensaje sin destino», pero dejan un cavilar profundo acerca de lo que somos y de lo que hemos sido, y, pese a casi 60 años de haber sido publicados, dan un impulso renovado y renovador al indoblegable espíritu de lucha que todos debemos tener, en la construcción de la patria.




Fuente consultada:
1) «Mensaje sin destino», Mario Briceño-Iragorry, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 5ta. Edición, 1998. Pág. X.
2) Ob. Cit. Pag. 81.

Disociación psicótica y conciencia social

Es increíble el tremendo bombardeo mediático al que es sometido el pueblo venezolano todos los días, por parte de un accionar político, inescrupuloso y sin patria. Nunca en Venezuela, en ningún período histórico, una oposición contó con tan poderosísima capacidad de instrumentos como ésta, concretada en enormes centimetrajes de prensa e interminables minutos de radio y televisión; en manejos sesgados de la información y en técnicas psicológicas de masas; además del personal y de la vasta red tecnológica que, en todo el territorio nacional, los propietarios de medios de comunicación, ponen a su servicio. Por supuesto, al entrar en contradicción con nuestro proyecto nacional de país y ante su carencia de auténticos cuadros políticos como portavoces del “mensaje”, todo ese formidable arsenal se diluye; sin embargo, como producto de su uso abusivo, un segmento –valioso y trabajador− de nuestra sociedad quedó aprisionado en la disociación psicótica, especie de patología mental colectiva que antepone “una realidad ficticia” a su propio discernimiento y análisis crítico en cuanto a lo que realmente acontece en una determinada situación; la cual, como patología al fin, tardará mucho tiempo en sanar, y por cuyo daño ningún adalid de éstos, ni político ni mediático, se hace responsable.

Así como Venezuela, igual como en las primeras décadas del siglo XIX, vuelve a jugar un importante papel como vanguardia en las corrientes de cambio, de dignificación política y de liberación nacional que se materializan en el Continente; en el contexto internacional, debido a su indiscutible liderazgo desarrollado, es supremamente perentorio acotar, como consecuencia de ello, que la tiranía mediática global, fabricante de mentiras y recetarios, por medio de sus transnacionales, despliega una brutal desinformación a los demás pueblos del mundo acerca de la forma de gobierno que, en sucesivas ocasiones, y por intermediación de elecciones democráticas, hemos decidido darnos.

El esquema operado es bien sencillo: manipulación perversa de información y disociación psicótica hacia adentro; desinformación brutal hacia afuera.

Como contrapartida, también es bueno resaltar que esos mismos pueblos del mundo responden, a escala planetaria, en el terreno de la lucha de clases, que, disyuntivamente, se plantea entre vida o muerte; entre la sustitución de un modelo consumista que todo destruye o la desaparición indefectible de la especie humana; entre la libertad por un futuro mejor de las grandes mayorías o el sometimiento por parte de una pequeña élite enriquecida que ofrece al resto −y para su beneficio− mayor sometimiento.

¿Cómo puede un pueblo como el venezolano soportar tanto? Gracias a la formación de la conciencia social.

Los pueblos no se suicidan. Al reconocerse como parte integrante de un todo único, cualitativo y diverso, como la lengua y sus sentires, sus conjunciones corporales y plásticas, la hechura de sus manos; el sonido armonioso de tierra y territorio, su conexión telúrica, viéndola reflejada en la inmensidad multicolor de las aguas que habitan su musical unión indisoluble; el sincretismo de saberes y formas que se confrontan y amalgaman constantemente hasta ser un solo barro expresivo; el saberse hermanado por la convivencia; la construcción individual multiplicada a través de milenios, y convertida en obra colectiva en la hora presente; son factores de identidad que impiden la destrucción de un pueblo. La conciencia social transversaliza todos estos elementos tangibles e intangibles, y actúa como un fortísimo sentido de pertenencia, como un cemento vital que todo une.

El pueblo venezolano ha dado reiteradas muestras de su conciencia social. No será precisamente el agorero pronóstico de derrota, elaborado por la exquisitez de algún “científico social”, a lo largo de diez años y a cinco mil kilómetros de distancia, el que la derribe; ni refinadas campañas mediáticas bien articuladas –y pagadas− las que tuerzan su rumbo. Tampoco el mimetismo traidor que al seno interno trata de frenar, interponer, obstaculizar, la resuelta marcha de un período histórico que avanza encontrando en los poderes creadores del pueblo el antídoto genial para conjurar golpes y paros; para desmontar emboscadas de falsas compañías y cartas bajo la manga de un adversario sin ética; para extraer de las lecciones nuevas fortalezas, y de las lesiones el duro aprendizaje de quien sabe conjugar perdón con memoria. Es la férrea creencia en el pueblo, en su verdad, en su accionar y en su destino, la fuente formadora de la conciencia social.

En un artículo anterior yo apuntaba que la duración del chavismo como período histórico se determinará en los estándares de su eficiencia política y en los niveles de su calidad revolucionaria; en la capacidad de transformar las relaciones sociales de producción y en la formación de la conciencia social. Estos cuatro puntos son necesarios de abrirlos al debate.

Quienes acusan de ideológico el contenido programático de la administración del presidente Hugo Chávez Frías son, paradójicamente, quienes se valen de las fachadas ideológicas, de las elaboraciones ajenas a nuestro arraigo y de la mentira como denominador común, para vender su oferta política, mediante el bombardeo mediático inmisericorde, y la disociación psicótica, como resultante.

Ante ello, es al conocimiento, a la práctica transformadora, a la conciencia social, que debemos acudir para contrarrestar el ataque masivo al que es sometido nuestro pueblo, y al toparse con las murallas de su noción de patria, sus valores, su idiosincrasia y su soberanía, se estrellen los oscuros intereses que pretenden desintegrarlo.

sábado, 20 de febrero de 2010

Letras, lecturas y métodos

No hay un hábito en el ser humano más emancipador que la lectura. Los valores agregados que deja su ejercicio son de tal magnitud, que la persona se transforma, en su interior, de manera constante. Es un crecer espiritual indetenible. Amplía la visión del mundo, enriquece el léxico, dota culturalmente al vocabulario, estimula la capacidad de pensar y provee de herramientas para el análisis. “Si no puedes viajar, lee”, me aconsejó un muy querido maestro de la vida, Armando Flórez Reina, quien me enseñó el oficio de las artes gráficas, hoy un recuerdo recóndito, como yo mismo hice escribir en su lápida, para evocarlo en los años futuros, éstos precisamente en los que desarrollo estas líneas reflexivas, que a él le dedico mientras trato de mirarlo en la distancia.

Descubrí mi hábito por la lectura siendo niño, curioseando en los libros apiñados que tenía en su cuarto mi tío Juan Ramón por montones; a mí me parecían gigantescos y enigmáticos. Cada visita a casa de mi abuela, a aquel inolvidable caserón en Reja de Guanare, era de mucha alegría, pues implicaba entrar en ese microcosmos maravilloso que allí había, sin que sus propios residentes lo advirtieran. Recuerdo de ese mágico oasis, «Las Obras Completas» de Francisco Pimentel “Job Pim”, editada en lomo duro, cubierta roja y papel biblia, que me leí de un tirón, y sus inmortales versos sobre el dulce hierro, poema que en mí constituyó mi primer encuentro con la ética política. Treinta y cinco años después mi tío Mon aún conserva ese libro. En la escuela aprendí mis primeras letras; pero en casa de mi abuela Juana aprendí a leer y aprendí, requisito básico indispensable para cualquier lector, a amar los libros.

Luego vino un devorar espantoso de libros; cuatro libros leyéndolos al mismo tiempo, sin orden ni temática alguna. “¿Qué edad tienes, Juan Ramón?”, me preguntó Armando, una tarde trabajando en su imprenta. “19 años”, le dije. “Aprovecha y comete todas las barrabasadas que puedas, que todas te serán perdonadas por muchacho. Eso sí, mucho antes de los treinta años debes tener presente estas tres cosas: uno, tener la suficiente entereza para reconocer los errores y no repetirlos; dos, tener un sentido exacto y estricto del ridículo; y tres, tener cultura política, para no embarcarte en canalladas ni avalarlas. Debes educarte y disciplinarte en el método”, sabio consejo me dio aquel viejo lobo de mar, que ahora repito a quien quiera oírlo. Desde entonces soy un hombre de izquierda.

Para la comprensión del ser humano y su accionar dentro de su circunstancia y su conjunto, existen palabras que, por su naturaleza, significado, estratificaciones derivadas y alcance, se constituyen en categorías; y hay frases, uniones de éstas u otras palabras comunes y corrientes, que comportan ideas. Es decir, la lectura requiere ser provista de dos brazos intelectivos: el estudio de las categorías y la historia de las ideas. El Che Guevara alertaba acerca del uso y aplicación de las palabras, sobre la forma correcta en que debía hacerse, puesto que éstas se convertían, per se, en categorías. De las ideas se desprenden las distintas corrientes de pensamiento.

Valiéndome de estos dos brazos intelectivos, suelo usar dos métodos en mi lectura diaria: el método eferente y el método estético. Ya no leo los cuatro libros sin orden temático al mismo tiempo, como lo hacía antes de mis veinte años.

El método eferente, es la extracción total del contenido, consiste en la lectura detenida, reflexionada, máximo de 25 páginas, en un tiempo promedio de dos horas; se recomienda hacer las anotaciones en un cuaderno aparte; no es aconsejable subrayar los libros, pues predispone y supedita al nuevo lector con la lectura de quien lo hizo; el subrayado en un libro no permite la formación de nuevas percepciones, incluso en su propio dueño, y en cierto modo privatiza su acceso a nuevos lectores. Carlos Marx practicaba este método en la escritura, prueba de ello es su obra «El Capital», que produjo varios cuadernos de anotaciones, «Los Grundrisse», tan buenos como sus tres tomos clásicos. Con este método se puede leer historia, sociología, economía, política, psicología, filosofía, entre otras ramas del saber. Es muy placentero aplicarlo en las primeras horas de la mañana.

El método estético, no tiene rigor científico alguno. Sirve para despresurizar la sobrecarga que implica el esfuerzo intelectual del método eferente. Es la apreciación hermosa de la palabra, de los giros idiomáticos, de las construcciones literarias. Se lee con libertad, sin tope de páginas ni tiempo preestablecido, sin anotaciones. Es ideal para leer poesía, novela, cuento, ensayo; se recomienda aplicarlo antes de dormir.

En 1985, el Partido Comunista hizo circular un folleto rojo con un discurso de Fidel Castro sobre el carácter impagable de la deuda externa por parte de los países latinoamericanos. Pude leer aquella extraordinaria, profunda y premonitoria pieza política por mi orbitaje periférico con los camaradas. De mi memoria traigo este recuerdo, porque los jóvenes de mi generación, a quienes nos tocó vivir y atravesar el vergonzoso oscurantismo lusinchista, teníamos que hacer magia para acceder a una buena literatura, máxime aún si no se contaba con recursos económicos, como era mi caso. La lectura era, en términos reales, prohibitivamente prohibida.

Durante la administración del presidente Hugo Chávez Frías se han editado millones de ejemplares, correspondientes a miles de títulos, y de los más variados temas, sin importar la filiación política del autor; se ha creado el Plan Revolucionario de Lectura, consistente en la creación en red de escuadras comunales de lectores; se han obsequiado libros al público en plazas y parques; se ha fortalecido el sistema nacional de bibliotecas públicas; se han incrementado Las Librerías del Sur, en las principales ciudades de Venezuela, con títulos a precios asequibles a cualquier estudiante o trabajador, de uno, dos, tres, cinco y diez bolívares; se han multiplicado, en progresión exponencial, revistas y periódicos, de diversas corrientes políticas, culturales y educativas; se abolió el analfabetismo y está estudiando la mitad de la población.

¡Cómo lamento que el viejo Armando Flórez Reina no esté vivo, para que viera construyéndose lo que tanto soñamos y hablamos! Su hermoso consejo “si no puedes viajar, lee”, no dejo de repetírselo a quien se me acerque, como tratando de revivir su enseñanza en cada pedacito del tiempo, del sentir, de la vida que me quede.

¿Oliva revolucionario?

«Ninguna propiedad de tierra en Venezuela
soporta una rigurosa investigación documental»


El pasado miércoles 9 de diciembre, en su página 12, sección Campo, el diario “Ultima Hora”, publicó una declaración del presidente regional de Fedecámaras, Juan Francisco Oliva, que pasó inocente e inadvertida frente al debate público portugueseño, y merece ser comentada en sus distintas lecturas, tanto por la falsedad que él emite en sus enunciados como por el subrepticio mensaje que encierra.

Al no poseer un cuadro político con credibilidad que les defienda su modo de producción y al pésimo marketing de sus empleados que juegan a ser políticos sin serlo, el prohombre feudal en referencia -creo yo que ignorando su origen-, le echó mano ¡qué ironía! a una célebre máxima revolucionaria, «es preferible morir de pie que vivir de rodillas», para transmitir una esencia contraria y con fines totalmente contrapuestos, al contexto en que la misma fue pronunciada en diversos momentos por personajes nacionalistas y de izquierda, como Benito Juárez, José Martí, Emiliano Zapata, Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, Ernesto Che Guevara y Omar Torrijos. ¡Qué terrible falla ideológica tuvo este señor al citar!

Suena curioso -y hasta divertido- oír a alguien que vive de rodillas ante las trasnacionales de los agroquímicos y los monopolios agroindustriales, y que, a su vez, en perfecta reproducción del modelo económico que representa, hace vivir de rodillas y en condición de servidumbre a sus trabajadores, decir precisamente que prefiere morir de pie que vivir de rodillas.

Adentrándonos en el contenido de la referida declaración de prensa, el farmer de marras señala que “el Ejecutivo nacional se ha empeñado en acabar con la economía del país, en especial con la actividad agrícola”, al tiempo que refiere una supuesta “política de destrucción del aparato productivo”. Lanzadas estas dos premisas como centro de su perorata, en un silogismo aristotélico –esto lo agrego yo, dudo que en su vida haya leído al autor de Política–, determina que “uno de los factores que más ha incidido en la caída de la producción agrícola ha sido la política de expropiaciones y ocupaciones implementadas por el Ejecutivo nacional, a través de sus distintos ministerios”.

¿Qué empeño tan raro ése en acabar con la economía del país tiene el Ejecutivo nacional y qué política de destrucción tan ineficiente? Que el sector privado viene registrando un 60% de aporte al Producto Interno Bruto. Y, ¿en especial con la actividad agrícola? Si el Ejecutivo nacional, sin mencionar los demás incentivos a la producción, obligó por ley a la banca al otorgamiento programado de una cartera exclusiva para el sector con un 13% de interés anual, por cierto muy por debajo de la tasa de interés que tiene ese tarantín endógamo de créditos agrícolas, que este mismo individuo ha presidido varias veces sin elecciones democráticas. Por lo demás, resulta cínico aducir a una supuesta “política de expropiaciones” como “uno de los factores que más ha incidido en la caída de la producción agrícola”, cuando el objetivo que se persigue es, justamente, elevar la producción de alimentos, que hoy en un altísimo porcentaje se importa; cuando la superficie cultivada del país es irrisoria; cuando el problema es estructural, y sólo se resuelve transformando las relaciones sociales de producción. ¿Un factor? ¿Una caída? ¿Quién se puede caer estando en el piso?

¿Alguien se dio cuenta que el prohombre feudal le coloca el rótulo de política a todo, “política de destrucción”, “política de expropiaciones”? Cuando todas las políticas públicas del Estado venezolano están claramente definidas en el Proyecto Nacional Simón Bolívar, sin que aparezcan ninguna de éstas. ¿Pobreza lexical? No sé.

Ahora que llego al punto de las expropiaciones. Para que opere una expropiación como tal, necesariamente no debe haber indemnización o pago alguno. Cuando, más adelante en su declaración de prensa, nuestro difusor de máximas revolucionarias expresa, “El Ejecutivo no debe estar gastando el dinero en expropiaciones”, contradice la naturaleza oculta de su ataque mediático, hace endeble el argumento político que esgrime e involuntariamente dice la verdad: cuando se paga no es expropiación. A ningún productor agrícola se le ha expropiado, como se pretende hacer ver con las compras de tierras que el Estado venezolano ha hecho hasta el momento. Cuando ha operado la expropiación en fincas, dichos bienes provienen de fondos fraudulentos, como narcotráfico, enriquecimiento ilícito, corrupción o estafas a los ciudadanos, como en los últimos casos bancarios, de estos días.

En el país estamos presenciando la desarticulación progresiva de las superestructuras económica y social vigentes, en función establecer unas nuevas relaciones sociales de producción, teniendo como banderas principales la justicia, la equidad, la inclusión, la solidaridad. El productor agrícola no debe temer a ello, pues lo beneficia ampliamente. Lejos de dejarse encandilar por el presunto y agorero “escenario de descapitalización” que sólo existe en la disociación psicótica, producida por la guerra de cuarta generación en la que estamos inmersos; y del ritornelo aquel de que el Estado es el primer latifundista, debería repensar el modelo que ha defendido, y sus desastrosos resultados, que saltan a la vista: sí realmente éste ha sostenido su actividad en el tiempo “de forma independiente”, sin interacción con otros factores sociales; sí su lógica en verdad es justa; sí la alimentación es un derecho humano o una mercancía; y sí en ese “mucho esfuerzo y sacrificio” que asegura haber hecho, no habría en su contenido más de una plusvalía expropiada a algún trabajador, que vive en condiciones miserables. Hacerse éstas y muchas otras preguntas le es imperativo, para luego observar y comprender lo que se quiere hacer.

Por último, sería interesante saber cómo y bajo qué parámetros se conformará ese frente que convoca, para la “defensa de sus derechos y en prevención de ataques por parte del Gobierno nacional”. ¿Estará en el marco de la Constitución? ¿Las categorías defensa y prevención qué carácter tangible tendrían, en relación con su lema “morir de pie que vivir de rodillas”? Ya la historia, acción del ser humano ante su circunstancia y su conjunto, contestará estas preguntas.

Ruptura histórica y chavismo

El 6 de diciembre de 1998 se produjo en Venezuela una ruptura histórica. Cruje el sistema, puesto que, mediante una formalidad burguesa, como la vía electoral tradicional, accede al poder un proyecto político distinto al péndulo, representado en las dos gruesas corrientes ideológicas que, con sus diversos matices, en sus no tan diversos períodos históricos, se habían entronizado en nuestro país desde 1830.

Hace once años, y tres días, para ser más exacto, que las llamadas reglas de juego comenzaron a cambiar, y los postulados que atrajeron al electorado de aquel entonces se fueron constituyendo, de manera gradual, en ordenamiento jurídico; es decir, en Constitución y en leyes, siempre por intermediación del más preciado mecanismo que el establishment global pontifica y vende como legalidad y democracia: el voto.

Los períodos históricos que tuvimos los venezolanos en 168 años, agrupados primero en las viejas ideas conservadora y liberal, luego, de finalizado el largo reflujo que les propinó el gomecismo, transformadas en demócrata-cristiana y socialdemócrata respectivamente, nunca se propusieron el desmontaje de las superestructuras económica y social que aún perviven, como la desarticulación progresiva de las mismas que en éste estamos presenciando, en función de un nuevo modo de producción y unas nuevas relaciones sociales, de equidad, justicia e inclusión.

Al caracterizarse el chavismo como período histórico, se denota en su contenido una profunda diferencia en relación con los otros que han existido, y sustenta la afirmación que hice acerca de la ruptura histórica que les indico al comienzo del artículo: su decidida opción por construir el socialismo. Las históricas banderas de redención social del pueblo venezolano, traicionadas en forma sucesiva y casi de manera inmediata a la instalación de cada uno de estos períodos, cobran vital vigor y, en la medida que el mismo pueblo que las enarbola se vaya consolidando en poder popular, nuevas aspiraciones apuntalarán aún más su afianzamiento y trascendencia en el tiempo.

Los diez años de la guerra por la Independencia, donde se inmoló la mitad de nuestra población y donde nuestro ejército nacional marcó un hito en la historia de la humanidad al salir de nuestro territorio a libertar y no a conquistar, no fueron suficientes ante la traición; y el paecismo, con su imponente Jefe a la cabeza, transforma en República y, por consiguiente, en estamento legal, la voracidad rapaz de la oligarquía conservadora, dejando intactas las superestructuras económica y social de la Colonia, donde aquella nació y se nutrió. Fueron los desarrapados, los menesterosos, los miserables de siempre, quienes alzados de nuevo marcharon, otra vez, a una nueva y larga guerra de cinco años, no ahora contra un invasor de ultramar sino contra el despojo y el castizaje derivado en este período, que los negaba en lo más elemental de la condición humana. Al artero asesinato de su carismático líder, Ezequiel Zamora, y con una altísima contribución en seres humanos fallecidos, Antonio Guzmán Blanco capitaliza –en el concepto más taxativo del verbo– aquel gigantesco esfuerzo de nuestro pueblo y bajo su membresía de “ciudadano esclarecido” instala su “distinguido” período, conocido como el guzmancismo, sobre la base de otra nueva traición. Alzamientos y montoneras, comandadas por terratenientes y doctores de la ciudad; derrocamientos, y traiciones a un liderazgo campesino de excepción, fueron florecientes y agónicas expresiones de los pobres de Venezuela en su empecinada búsqueda social jamás renunciada, en ese tránsito finisecular. Llega el siglo XX y con éste, la modernización, la aviación militar, la explotación petrolera en gran escala; si el gomecismo convino en permitir abierta y formalmente la injerencia de los yanquis en nuestras vidas, también en su seno se gestó un proyecto político, el Plan de Barranquilla, el cual constituiría la génesis programática del último y –en términos reales de tiempo– del más largo período histórico que hemos tenido, y el cual un alto porcentaje de venezolanos recuerda hoy día por su reciente existencia: el puntofijismo.

Paecismo, guzmancismo, gomecismo y puntofijismo, resumen en 168 años, como nos dijera una vez Raúl H. de Pasquali, “una oprobiosa historia de traiciones y de traidores”. Pese a ello, nuestro pueblo siguió luchando denodadamente por la libertad de los esclavos, la tierra, los derechos ciudadanos, sociales y laborales; la educación pública; contra la opresión política, los monopolios petroleros, el imperialismo; logrando en ese permanente combatir importantes conquistas.

Como período histórico, la duración del chavismo se determinará en los estándares de su eficiencia política y en los niveles de su calidad revolucionaria; en la capacidad de transformar las relaciones sociales de producción y en la formación de la conciencia social. Se equivocan quienes lo interpretan como coyuntura o accidente. La despiadada exclusión social y su deuda acumulada, como consecuencia de la explotación petrolera en gran escala, su derivada cultura rentista y su desigual estructura en la distribución del ingreso, en los últimos 70 años que antecedieron a 1998, le dan un carácter especial y un renovado espíritu de lucha, ante una senda de sacrificios por reivindicar, y de sueños postergados de los más desvalidos, que deben –y deberían ya– dar sus frutos.

Sin ánimo alguno de desmotivar a quienes quieren encarnar, bajo la estrategia del refrescamiento, las vetustas nomenclaturas del pasado, les dejo un rasante paneo por la experiencia histórica: para que el viejo Partido Liberal y el Partido Liberal Amarillo se hubieran convertido en Acción Democrática, y para que el Partido Conservador se hubiera convertido en Copei, hubo de transcurrir un larguísimo reflujo de casi 50 años, mientras se consumía dos revoluciones sociales y una dictadura.

Mis amigos cristianos aseguran que “el tiempo de Dios es perfecto”. Y quienes, como yo, fundan su convicción en la dialéctica materialista, argumentan que la historia la construyen los seres humanos, frente a su circunstancia y su conjunto.

Allá, en esa acera, cada quien, que use o invierta su tiempo como mejor le parezca.

José Manuel Briceño Guerrero: el pequeño arquitecto del Universo

«No sientas vergüenza por tu primer libro; en todo caso, avergüénzate del último»
Jonuel Brigue

Muy pocos compatriotas, fuera de nuestras exquisitas élites intelectuales, conocen de la existencia de este hombre. Su nombre habría resultado común en una escogencia al azar en el Almanaque “El Venezolano”, aquel inmenso pliego de papel impreso con el santoral, por el cual se orientaban nuestros padres en antaño para elegir cómo llamarnos, sino fuese porque su nombre es referencia universal entre los más grandes filósofos del siglo XX. Sus estudios sobre la condición humana, el lenguaje y el ser, se elevan a más de treinta títulos publicados; y su profundo cavilar filológico, su amor y terror de las palabras, lo llevó al aprendizaje, dominio y conocimiento de más de catorce idiomas, incluyendo lenguas clásicas como el sánscrito, hoy reducida a los sagrados ritos milenarios del Asia indoiránica. Se llama José Manuel Briceño Guerrero, y en ocasiones asume el heterónimo de Jonuel Brigue, abreviación de sus nombres y apellidos, e impronta de identificación en el mundo literario.

Nacido en Palmarito, estado Apure, el 6 de marzo de 1926, quien se convertiría en el políglota más culto e importante del país, transcurre luego en Barinas su infancia, y su educación primaria queda “bajo la severa vigilancia del bachiller Elías Cordero”, célebre educador barinés, recordado por sus rigurosos métodos de enseñanza. Allí conoce y comparte estudios con José Virgilio Zapata, un acre, honesto, austero e histórico personaje del Partido Comunista, con mucha vinculación en Portuguesa, apureño y profesor universitario como él. Ya de adolescente, en Barquisimeto, Briceño Guerrero culmina sus estudios de bachillerato. Se traslada a Caracas y en 1951, en el Instituto Pedagógico Nacional, a los 25 años de edad, obtiene el título de profesor de idiomas, cuyo ejercicio inicial “ …no fue tan feliz. Quizás se debe a que hablo bajito, pero no pude ejercer disciplina entre los muchachos… ”, como confesó años después. A partir de 1968, emprende largos viajes que lo llevarán por México, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Rusia, China e India, entre universidades e idiomas, entre el placer fonético de las palabras, entre el descifrar minucioso de sus signos.

Fiel a la promesa que se impone a sí mismo de no publicar absolutamente nada, sino en la víspera de sus cuarenta años, edad en la que prevé él haber obtenido ya una sólida cultura; es entonces en 1962 que, con la impresión de su primer libro «¿Qué es la filosofía?», comienza un formidable editar que no cesa y una maduración de las ideas, al buen estilo de los mejores vinos. En su pensamiento filosófico, destacan libros como «América Latina en el mundo», «El origen del lenguaje», «La identificación americana con la Europa segunda», «Europa y América en el pensar mantuano» y «Discurso salvaje», estos tres últimos fueron unidos y publicados en 1994, por Monte Ávila Editores, bajo el nombre de «El laberinto de los tres minotauros». Y en creación literaria, «Doulos Oukóon», «Triandáfila», «Amor y terror de las palabras», «El pequeño arquitecto del Universo», «Anfisbena. Culebra ciega», «Holadios», «Esa llanura temblorosa», «Matices de Matisse», «Trece trozos y tres trizas», «El diario de Saorge» y «Los recuerdos, los sueños y la razón». Sólo para despertar la curiosidad en el amigo lector dejo estos títulos de una larga lista, que de ponerlos todos me consumiría la totalidad del espacio del artículo.

Entre el 23 y 24 de abril de 1999, tres años después de habérsele conferido el Premio Nacional de Literatura, me correspondió, como asistente del área literaria del ICEP, organizar una ilustre e ilustrativa visita suya al estado Portuguesa, la primera de las dos únicas visitas oficiales que nos ha dispensado, en su largo y frondoso pensar como humanista. Posterior a esa fecha, en una hermosa poesía descriptiva de pueblo y tierra, prologa el libro de fotografías del chino Hernán Rivero, «Visión de Portuguesa», quien fuera nuestro fiel compañero de viaje en esos días, que sellaron una amistad que pervive pese a distancias, olvidos y ocupaciones. En aquella sesión especial, con motivo el Día del Libro y del Idioma, el Maestro José Manuel basó su discurso en esta copla anónima y realenga, de nuestros llanos:

¡Ah, malaya, quién pudiera,
con esta soga enlazar,
al viento que se ha llevado
lo mejor de mi cantar!


Y desmenuzó filológicamente la copla sabanera hasta verle los tuétanos en sus mágicos y enigmáticos signos. Diez años después, al ser homenajeado como la figura central de la Feria Internacional del Libro Venezolano, Filven 2009, vuelve sobre la copla, con renovadas cavilaciones, extrayéndole nuevos jugos, a su significado que dice muchas cosas a la vez.

Tenía mucho tiempo sin verlo, me lo encontré fortuitamente en Caracas, sin andarlo buscando, en esos diáfanos momentos que la vida nos depara para reafirmarla. Recordamos coplas, imágenes literarias, recomendaciones luminosas, como aquella que una vez me hizo sobre James Joyce, de que, para poder penetrar en las intrincadas brumas de «Ulises», primero debía leer «Los dublineses». Prometimos volvernos a encontrar. Confieso que en esta ocasión no pude arrancarle el secreto acerca de sí él era en realidad el pequeño arquitecto del Universo. Me sumergí de nuevo en las páginas de su maravilloso libro, tratando de buscar las claves implícitas entre su lúcida existencia con la del aquel empecinado fotocopiador que no encuadernaba un libro sin antes leerlo.

¿Clase qué?

En la sociología y, más allá, en la psicología, habrá de buscarse la explicación, que resulta una sinrazón en el pensar político, del por qué el estrato social, que, además de ser el primer perceptor en la distribución del ingreso, ha obtenido mucho más beneficio con las políticas gubernamentales del presidente Hugo Chávez Frías, sea precisamente el que en forma más furibunda se le opone, e incluso no oculta su entusiasmo en avalar cualquier aventura que implique su derribo o desaparición física; en comparación con el amor manifiesto, o frenesí, como él mismo lo definió, del estrato social que, a través de la historia, ha sido el más preterido, el que a duras penas cubre sus necesidades elementales, y que ha recibido –y recibe aún– migajas por derechos, sea el que constituye la base fundamental de su sostenimiento.

Dichos estratos sociales, en contradicción constante entre sí, conforman la clase trabajadora: la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, aunque en sus objetivos ideológicos lo busque, no implica su división como clase.

Muchos pensadores sociales, de la modernidad para acá, dieron al primer estrato social que me refiero la categorización de clase media, especie de reflejo condicionado por el cual se legitima y justifica la ley de concentración del capital, cuando en realidad sus integrantes no son más que trabajadores que poseen el conocimiento y la técnica y, en escasísimo número, son propietarios de herramientas, operadas por ellos mismos. La llamada clase media, como tal, no existe. El segundo estrato social en referencia lo representa el trabajador que por única posesión cuenta con su propia fuerza de trabajo.

Hecha esta disquisición, paso a preguntarme por qué este estrato social, con sus honrosas excepciones, expresadas en contadas individualidades, odia a un gobierno que lo protege.

¿Quién se benefició con la eliminación de las cuotas balón en los créditos a vehículos? ¿Quién se benefició con la eliminación de los créditos indexados, en el sector vivienda? ¿Alguien puede decirme cómo se denomina el primer sector beneficiado con el desmontaje de las políticas neoliberales, implementadas en las administraciones CAP II y Caldera II? Y la contracara, ¿no son acaso los trabajadores que poseen el conocimiento y la técnica, quienes acceden primeramente al financiamiento de la micro, pequeña y mediana industrias? Cuando se promueve la consolidación del productor en el campo, ¿quién cuenta con la especialización profesional para optar a esta política? Cuando por ley se obligó a la banca al aumento de sus carteras crediticias y de su otorgamiento programado, ¿a quién iba dirigida esa medida? Cuando se establecen normativas en defensa del ingreso familiar, como matrícula escolar, control de precios, subsidios, eliminación del IPC a la adquisición de viviendas, ¿quién las percibe primero?

Sólo un sociólogo, un psicólogo, o algún holgazán crítico que ande por allí con lectura profunda y aguda observación, podrán desentrañar esta irónica paradoja, que padece este importante estrato de nuestra sociedad, cuya alienación no le permite ver que apoya a quien quiere esquilmarlo y rechaza a quien garantiza su estabilidad.

Ahora que toco el tema de la alienación; ésta, aparejada con los privilegios en unos y la expoliación en otros, que establece la división del trabajo en intelectual y manual, realiza una función ideológica de doble rasero. Al tiempo que su leit motiv, “su ejemplo a seguir”, es el estilo de vida del gran capitalista, cualquier asomo de desarrollo en el trabajador que nada más tiene su fuerza de trabajo, no lo ve como algo positivo, no lo ve como un síntoma bueno en la economía que redunda en beneficio de aquel, sino que equivale al hundimiento de su propio estilo de vida. Aquí es donde la ideología aliena: le fija un modelo de vida, y le da la facultad de determinar quien lo integra y quien no. O como lo dijera Ludovico Silva, “a pesar de que la ideología dominante haya sido la misma de las clases dominantes, las clases dominadas han participado de esa ideología; ha sido ella también «su» ideología; pero como ésta operaba en un nivel aún no conciente, no era percibido como una contradicción el hecho de ser un explotado y tener, al mismo tiempo, la ideología del explotador”1.

En ese drama dual de no ser una ni otra cosa, de estar en el medio de algo sin saber lo que se es, de querer ser patrono mientras vende su fuerza de trabajo, es decir, sus conocimientos y técnicas, llevó a Salvador Garmendia, hace cuarenta años, en una carta a Eduardo Galeano, a hacerle a dicho estrato social una lapidaria caracterización que no pierde vigencia: “…En las ciudades prospera una atolondrada clase media con altos sueldos, que se atiborra de objetos inservibles, vive aturdida por la publicidad y profesa la imbecilidad y el mal gusto en forma estridente…”2.

En conclusión, el trabajador manual de Venezuela le garantiza la estabilidad social y económica al trabajador intelectual, que por estratificarse en una capa social relativamente pequeña, afortunadamente, su ceguera suicida no es determinante en el rumbo político que la sociedad en general, en este bloque histórico, se ha trazado.


Fuentes consultadas:
1) «Teoría y práctica de la ideología», Ludovico Silva, El sueño insomne, “2. Interiorización del subdesarrollo”, Colección Ministerio del Poder Popular para las Industrias Básicas y Minería, Décima Novena Edición, mayo, 2008. Pág. 192.

2) «Las venas abiertas de América Latina», Eduardo Galeano, Las fuentes subterráneas, “El lago de Maracaibo en el buche de los grandes buitres de metal”. Siglo XXI Editores. Undécima Edición, mayo, 1975. Pág. 265.

viernes, 19 de febrero de 2010

Colombia: Associated State

Son muchas las aristas que se desprenden al analizarse el hecho real que constituye la instalación de siete bases militares estadounidenses en Colombia, amén y aparte de las tres ya existentes en ese país. Un problema político de suma complejidad y de difícil abordaje, en un poco más de novecientas palabras. Bajo el nombre de «Acuerdo complementario para la Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos», firmado el 30 de octubre, y dado a conocer a la opinión pública tres días después, el gobierno de Álvaro Uribe Vélez hizo entrega de su soberanía nacional, al tiempo que, ese simple asunto bilateral, exige a los demás gobiernos suramericanos, en resguardo de sus más caros intereses, repensar sus relaciones internacionales, en base a la nueva geopolítica que dicho “acuerdo” genera e implica.

El uso discrecional de todos los aeropuertos colombianos por parte de la Fuerza Aérea Estadounidense; el establecimiento en cada océano de senda base naval para el atraque de la IV Flota y de sus portaaviones; la utilización íntegra y sin restricciones del espectro radioeléctrico colombiano, además de las unidades militares que requieran; el no sometimiento a la justicia colombiana por parte de ningún efectivo gringo, sea militar o civil, trátese del delito que se trate, en el que se halle involucrado, incluyendo violaciones y crímenes; configuran un cuadro alarmante para afirmar que la pérdida de la soberanía nacional en Colombia rebasa sus fronteras, si se analizan y combinan la arista del espionaje electrónico que el más sofisticado equipamiento tecnológico del Complejo Industrial Militar puede hacer, con la muy poco difundida arista de que la U.S. Air Force cuenta con aviones boeing C-17, habilitados para transportar compañías enteras de blindados con toda su logística, con autonomía de vuelo sin reabastecimiento por más de 6 mil kilómetros, lo que les da un magnífico radio de alcance, en cuestión de horas, que abarca puntos equidistantes, como la Patagonia y los propios Estados Unidos, en América; así como Senegal, Gambia y Guinea Bissau, en África. ¿Alguien se ha preguntado para qué tanto apresto operacional, al extremo de derribar la soberanía nacional de un país, al colmo de su anexión?

Quien haya estudiado la historia de Colombia, y sienta a su pueblo y a su territorio componentes indisolubles de la Patria Grande del Libertador Simón Bolívar, comprenderá, mucho más rápido que un desprevenido lector, la enorme tragedia histórica de este simple asunto bilateral, como llamó la Cancillería colombiana a esa entrega apátrida, cuyas infames consecuencias no tardarán en sentirse. Por ello, es un deber ético, insistir en volver prevenido al lector e invitar a estudiar más al estudioso, pues hay un descarado ítem, dentro de sus justificaciones y planes, que reza textualmente, “contrarrestar la amenaza de gobiernos antiestadounidenses”, para referirse a los movimientos populares que en América Latina se hicieron poder, por medio de las formalidades burguesas que el mismo establishment vende como modelo de legalidad y democracia, y que constituye la más hermosa corriente finisecular que en cuanto a bloque histórico hemos tenido la dicha de vivir. Allí es donde esta afrenta al gentilicio latinoamericano nos toca de manera directa.

Son muchas las aristas que se desprenden. Pero no quisiera finalizar el artículo sin abordar dos de éstas, de las tantas que agreden sensible y directamente a Venezuela; ya vendrán nuevos artículos, puesto que el tema es amplio y en el mismo subyacen categorías e ideas, necesarias de profundizar.

Una. Al presidente Hugo Chávez Frías se le descalifica per se. Es impresionante la gran maquinaria mundial que las transnacionales de la comunicación ponen en movimiento a la zaga de cada una de sus palabras, para volverlas contra él. En ese combate no hay ética ni escrúpulos que valgan. Pareciera la lucha de un hombre solo contra una inmensa red mediática que ya lleva diez años tratando de devorárselo, sino fuese porque vastas conciencias de millones de seres humanos en el mundo lo acompañan. «Si quieres la paz, prepárate para la guerra», dijo nuestro presidente, apelando a un antiguo proverbio presocrático, mientras arengaba a nuestro ejército nacional en la defensa de nuestra soberanía, frente a esa amenaza tan inminente como cierta, como la representada en ese “acuerdo”, que se propone “contrarrestar la amenaza de gobiernos antiestadounidenses”. Todo el aparataje mediático del planeta lo convirtió en un belicista, olvidando que los dos responsables directos de la instalación de las siete bases militares yanquis en Colombia: uno, cuando fue gobernador del departamento de Antioquia creó la Cooperativa “Convivir”, embrión del fenómeno hoy categorizado como paramilitarismo, que durante casi dos décadas ha sembrado de muerte al pueblo colombiano; y el otro, que al día siguiente de ser nominado con el Premio Nobel de la Paz, aprobó, en un gesto contrario a su recién distinción, el envío de 13.000 nuevos soldados estadounidenses a Afganistán. Entonces, ¿quién es el belicista? ¿Alguien nota un cinismo de la gran prensa?

Dos. La oposición venezolana, carente de un proyecto nacional de país, se encuentra en el limbo sobre qué posición asumir ante el tema. Sin política internacional, demuestra, una vez más, su orfandad teórica y programática. El presidente Hugo Chávez Frías, al proponerse la erradicación del analfabetismo y al nacionalizar sectores estratégicos como petróleo, telecomunicaciones y electricidad, cerró, como ciclo histórico, las dos tareas pendientes del Plan de Barranquilla, que nuestros opositores, cuando fueron gobierno, abandonaron para abrazar al neoliberalismo. El presidente Hugo Chávez Frías les quitó las formalidades burguesas, el keynesianismo, el capitalismo de Estado y la socialdemocracia. No tienen bandera. Sólo les queda el neoliberalismo. Pero es un trapo muy mugriento de enarbolar.

Raúl H. de Pasquali y su obra

“Nosotros hemos seguido los Caminos de Caranaca con otro propósito, el sumirnos en el pentagrama de la tierra para entonar la dulce melodía del principio de la razón de ser, para con fuerza de amor ancestral unirnos al coro armonioso de nuestros más lejanos antepasados, que esperan y luchan desde el infinito para ocupar el puesto que les corresponde en las páginas de nuestra historia.”1, así definía con belleza y en tono colectivo, en uno de sus libros, Raúl H. de Pasquali, su ejemplar tránsito por la vida, a través de su oficio como historiador militante.

Hombre políticamente vertical, sin manchas, organizado hasta el rigor, bioanalista de profesión y artista plástico en sus ratos libres, cuando exponía un concepto era porque lo había verificado en sus fuentes más esenciales y profundas, bondadoso con el conocimiento, enemigo terrible de las posiciones blandengues, oportunistas y timoratas. Su compromiso con la historia partía de lo enunciado en aquella vieja tesis de interpretar para transformar2, de tan necesaria aplicación en este tiempo histórico que vivimos. Un constructor de patria incansable. Un ciudadano austero digno de imitar.

Tuve el honor de conocerlo, de disfrutar el privilegio de su amistad.

Si de nosotros, físicamente, no se hubiese marchado, mañana estuviese cumpliendo 86 años. “Don de Pa” o “El Conde de Garabote”, como cariñosamente lo llamábamos en el petit comité, donde juntos militamos nuestra lealtad al milenario sueño del socialismo y su consecuente sociedad de iguales, no dudó nunca en colocar su intelecto a disposición de los trabajadores y de las causas nobles de los pueblos.

Por historiador militante, asumió plenamente el concepto definitorio de su oficio como la “ciencia de los hombres en el tiempo”3, cuyo método histórico con criterio de totalidad le permitió abordar fenómenos concretos en el tiempo y en el espacio donde se producen, con visión de conjunto en función de su completo conocimiento, las causas que los originan, las influencias externas, su relación con fenómenos anteriores, además del estudio de otros fenómenos que coexisten dentro de cada uno de los mismos y hasta las posibilidades de transformación de éstos en otro fenómeno.

Por disposición de él en vida –y ahora por voluntad de la señora Carmen, su esposa–, he venido fungiendo de editor de su obra historiográfica. Tarea política de altísima responsabilidad, en la que me acompaña el petit comité militante, al que les hacía referencia dos párrafos arriba.

En 2003 publicamos «Caminos de Caranaca: 25 siglos de historia», libro que él disfrutó poco pues a los meses murió, en el que realiza un vasto estudio del poblamiento territorial de los distintos paisajes que hoy conforman al estado Portuguesa, que abarca de mil años antes de la era cristiana hasta la llegada de la conquista europea; allí incluye la ubicación geográfica de los asentamientos aborígenes precolombinos, los mapas de ruta de los genocidas de ultramar y parte de las piezas de barro y piedra que colectó durante sus periplos arqueológicos.

Hace escasos días, en el marco de la Filven 2009, en Guanare, presentamos «La Revolución de Guanarito-1836», investigación que toma como escenario al primer golpe de Estado habido en Venezuela, conocido como La Revolución de las Reformas, y sus repercusiones posteriores, que dieron origen a los primeros levantamientos campesinos en el país, los cuales, empuñando una bandera y un programa, no cesarían jamás por estas llanuras, por esta comarca calurosa.
Quedan pendientes por editar otros trabajos.

Sirvan estas líneas conmemorativas por los 86 años de su nacimiento para estimular el interés en los jóvenes liceístas, y en especial en los docentes del área, a hurgar un poco más en la vida de este hombre, un honesto portugueseño que tuvimos tan cerca, quien, con sus enseñanzas de vida, señala un camino, que no es otro que el de nuestra redención social como pueblo.






Fuentes consultadas:
1) «Caminos de Caranaca: 25 siglos de historia», Raúl H. de Pasquali, Fondo Editorial Municipal, Alcaldía de Páez, 2003, Pág. 12.

2) «La Ideología Alemana», Carlos Marx y Federico Engels, Tesis sobre Feuerbach, Tomo 2, “Editorial El Perro y la Rana”, Colección Heterodoxia, Pag. 423.

3) «Apología de la Historia o el oficio de historiador», Marc Bloch, Colección Textos Clásicos, Fondo Editorial Lola de Fuenmayor-Fondo Editorial Buría, 1986, Pag. 68.

Disparate con Gourmet

Tronaron durísimo los albaceas testamentales del feudalismo, este fin de semana en Portuguesa. Fin de semana además en que concluía su semana aniversaria, valga la redundancia con trabalenguas y todo. Si llegaron a condecorarse entre ellos mismos, ante la indiferencia general de la sociedad por su efemérides, esa soledad íngrima me invita a pensar que el rumorcillo expropiador de un conjunto de fincas haya salido de la mente de alguno de sus prohombres, con el fin de reventar los cohetes celebratorios y llamar la atención.

Escribir estas líneas no son nada gratas para mí en lo tocante a un afecto querido que se me quedó guardado en el pasado: Julio Jesús. Aquel loco soñador a quien oí por primera vez, siendo muy joven yo, hablar de las fresas de la amargura y su conmovedora tragedia hecha cine. Al senador de la cultura nunca electo, en aquellos afiches del MAS en que salía con un liquiliqui que no le pegaba para nada. Al amigo que hice padrino de un poemario mío. La vida y el tiempo, como buenos parteros de la historia, decantaron los caminos y hoy nos encontramos con derroteros diferentes.

Sé lo mucho que pudo afectarle ese rumor.

Por eso no me extraña que los albaceas testamentales del feudalismo, entre los cuales hoy Julio Jesús forma parte integral como uno más de ellos, pese al desprecio que le hicieron sentir en una época, por su otrora condición de otrora joven irreverente, hayan ideado este ardid para atacar a un gobierno que los protege, como protege al resto de los sectores de la sociedad. Un gobierno que al impedir, junto a otras naciones hermanas, en aquella célebre Cumbre de Mar de Plata en 2005, la aplicación del ALCA, impidió también el arrasamiento de los sectores ganadero, agrícola, campesino, indígena y del pequeño-empresariado, como eslabones débiles de la producción interna, frente aquel mecanismo de dominación imperial anexionista. Eso lo saben ellos, pero lo callan ominosamente.

Pero los fuegos artificiales no terminan allí.

El farmer local, el presunto “ejemplo para las generaciones siguientes” (según un periodista lambiscón), dijo que “el disparate es lo que predomina en el país”. ¿Acaso es un disparate brindar a nuestra población campesina tierra, asistencia técnica, legislación, protección del Estado? ¿Es un disparate el deber obligante del Estado de sacar de la postración social en que se encuentran vastas comunidades campesinas? Es fácil decir la palabra disparate cuando la riqueza que se muestra es inversamente proporcional a la postración social en referencia; es fácil decir la palabra disparate cuando sobre “el aval de más de 60 años de actividad en el campo” pesa mucha plusvalía de trabajador expropiada, pesa mucho usufructo de capital público, pesa mucho borrón y cuenta nueva. A la frase de marras le sigue otra, “no es de extrañar cualquier reacción del pueblo”. ¿A quien se dirige esta frase? ¿Al pueblo trabajador? No creo. Ningún pueblo reacciona, que no sea favorablemente, ante un hermoso “disparate” que lo reivindica históricamente. Yo creo más bien que son otros los destinatarios, a quienes les alude precisamente un miedo que dice no tener.

Finalmente, al prohombre feudal que dijo “el Gobierno nacional es un gobierno gourmet, porque lo que le gusta es puro lomito”, le dejo esta cita de Salvador de la Plaza: “El desarrollo económico y la instauración de las instituciones democráticas forman parte de un mismo proceso, sin que pueda afirmarse que a todo desarrollo económico corresponda a una estructura de convivencia democrática, pero sí que no puede consolidarse esta última en un país en que su desarrollo económico se encuentra entrabado por superestructuras y relaciones de producción que le sean antagónicas. Los que queriendo inhibirse de la realidad en que viven cantan a la democracia citando los encantos de la antigua Grecia, olvidan o fingen ignorar que lo que allá se llamó democracia fue tan sólo una forma política que beneficiaba exclusivamente a la clase que basaba su poder político y su bonanza material y espiritual sobre el trabajo de miles de esclavos, a quienes por el solo hecho de ser esclavos se les mantenía al margen de toda actividad social y política... ...A los muchos que todavía niegan esta realidad es conveniente recordarles lo que la experiencia histórica tiene ampliamente comprobado: que la forma de relaciones económicas predominantes en un conglomerado humano, es decir, la estructura económica de esa sociedad, es lo que determina sus relaciones sociales y en última instancia sus relaciones políticas”1. Entonces, ¿quién es el gourmet? ¿ a quién le gusta el lomito?





Fuente consultada:
1) «Desarrollo económico e Industrias Básicas», Salvador de la Plaza, Tercera Edición: enero de 2006, Colección Ministerio de Industrias Básicas y Minería, Págs. 38 y 39.